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SUAD, LA MUJER CON BOSQUE –

Llamó mi atención la aparición en barra de chocolate de la última mujer. El misterio y la seducción de la Lilith primera. Sucedió en el Askena. Un bar del populoso barrio de Amaña en Eibar. Franquear la entrada fue tal que entrar a una Haima atendida por una pareja de nubios, con ella de fuente central barboteando. Sobre la cabeza, descansando, llevaba acogida un ánfora de cabellos de camello pringados de negra arcilla.

Abrió el trirreme romano de su boca de ébano y desparramó un panal de abejas cantoras africanas que, en fila de a dos, guardaban la entrada a modo de guerreros templarios. Espada de marfil afilada, túnica blanca y la Tau de doble cruz blandida brillando bajo la garganta. ¡Dios mío! pescados inmaculados fulgían. Fósforos de niña recién barnizados.

Un arpa de bosquímana miel en voz y manos. Las palabras volaban como pájaros por el local embriagando de su espumoso malta a las desaliñadas moscas. Llamas festivas sin noches delante temblaban escondiendo en juegos el rubor y la queja de la princesa recluida a cielo abierto, con goznes invisibles de hierro tapiando el deseo a los prisioneros. La luna de Oriente palidece separada de las arenas calientes del Teneré. Reza civilizada En Occidente.

En la distancia del mostrador, parecióme no tener cuerdas llagadas con hiel, ni dañadas. Seguramente, me equivocaba. Esta rosa egantería del alto Atlas sostiene y perfuma a la tierra con la sal de la verdad. ¡Hay hombres con suerte! Y un poeta desdichado que emula a Machado, toca la aldaba de “bayt alqamar” y pide posada. Engalanada en ceñido vestido gris perla Balenciaga, Suad realzó la majestad.

La alegría del nombre quema en todos los idiomas.