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Es extraño que haya pocos análisis que comparen lo parecido de los dramas existenciales del sinfín de generaciones transcurridas desde las primeras culturas escriturales. Extraer los factores comunes de las novelas, leyendas, mitos y personajes que las vivieron, sufrieron y narraron a lo largo de la historia en general, y de cada pueblo, país o clase en particular, revelaría la cantidad de veces que los humanos tropezamos en las mismas piedras: avaricia, crueldad, soberbia, desprecio… En los pecados capitales, que son más de siete seguramente. ( Estoy pensando en los testimonios de los sacerdotes y sacerdotisas mesopotámicas, mayas o celtas, santones hindús, filósofos chinos, Safo y compañía…

Cada generación diviniza al escritor, ensayista o pensador que logra recomponer y vislumbrar retazos verosímiles del pasado, o al escritor que narra con maestría los dramas de presentados como si fueran nuevos. Cuando deberíamos maldecir la repetición de los errores de siempre y señalar a los tontos y culpables del olvido. A menudo, políticos y militares secundados por intelectuales “amarillos”. Quitarles los nombres de las calles por ser reos de delitos de lesa humanidad, al descuidar, tergiversar y destruir conocimientos.

Cuando incluyo a escritores les estoy reconociendo como una suerte de teóricos sociales junto con Filósofos y Maestros, principalmente. Porque al contrario de lo que sucede con los conocimientos técnicos aprovechados por todos los poderes, ellos sí suelen ser oportunamente silenciados. Metidos en cajones o archivos apartados para coger polvo. Pondré el ejemplo de la antiguedad de  grandes ideas y practicas alternativas de vida o reforma de las sociedades y el sinfín de veces que son tapadas u olvidadas para reaparecer centurias después cuales fénix debido a su sustancialidad humana inmanente. Gracias a ella no desaparecen sino que retornan y la esperanza permanece sobre la tierra por efímera que sea. Michel Onfray las recoge minuciosamente. Epicuro, etc. o René Girard, cuyo libro “La violencia de lo sagrado” es un caldo primordial sobre el origen de las sociedades equivalente al de Darwin sobre el origen de las especies…

A los entusiastas del conocimiento detallado y riguroso les recomiendo visionar las clases y el ensayo “100 obras, 1000 años” del guatemalteco Armando de la Torre, un profesor enciclopedista de los de antes. También, la monumental obra “Sociología de las Filosofias” de Randall Collins. El “Tratado de las Ciencias Sociales” de Narciso Pizarro. Idem para la “Historia de las religiones” de Mircea Eliade, o la fabulosa “Historia de los enemigos del Comercio” de Antonio Escohotado.

A fin de ser fiel con lo que sostengo, añadirles, que estoy seguro que cuentan y recogen lo mismo o parecido a lo que hace siglos o milenios, si me apuran, plantearon parcialmente y entre errores o sin prever las paradojas que favorecen de sus dinámicas cuando se llevan a cabo, Owen, Saint Simon, Feuerbach, Bakunin, Lao-Tse, Safo, Santo Tomás, la Escuela de Salamanca, mesopotámicos, griegos o romanos, etc, etc. Miles de pensadores reflexionaron sobre lo mismo y gastaron sus vidas en ese esfuerzo. Porque, por mucho que queramos ignorarlo, “No hay nada nuevo bajo el sol” de los comportamientos de la especie humana. Lo mismo que no hay nada que contenga su contrario. Tal y como suele verse en cuanto se pone en práctica.

Insisto.Todas las grandes cuestiones que afectan a los humanos han sido debatidas desde al menos tres mil años-que sepamos-  Y una mayoría de ellas probada con mayor o menor éxito. Es posible que se cumpla aquello de que EN LA HISTORIA SÓLO PERMANECE LO MENOS MALO. Querría que así fuera, aunque lo dudo.

Con todo, asombra descubrir la profundidad y diversidad de las discusiones que mantuvieron filósofos, eruditos sacerdotes, guerreros, poetas. Lo muestra el fondo apenas comprensible y tergiversado de los mitos y narraciones orales transmitidas, leyendas antiquísimas bajo sospecha de inverosímiles que, finalmente, resultan ser ciertas. También las pocas obras escritas conservadas dan fe de ello. Las tragedias de Sófocles, Aristófanes y compañía maravillan por su vigencia. El Bhagavad Gita, Gilgamesh, el Código Hammurabi, etc… Y no digamos la infinidad de disquisiciones lógicas sobre realidad y creencias, muchas calificadas peyorativamente de filípicas, sofísticas o elucubraciones bizantinas. Sin embargo, todas con su fondo de verdad, haciendo honor al dicho fundacional de los dadaístas:

“SI CADA QUIEN DICE LO CONTRARIO, ES PORQUE TIENE RAZÓN”

¿Cómo no admirarse de la sabiduría “EL BANQUETE” de Platón o de las fábulas de Esopo?

Las comparativas entre tramas que echo a faltar -cuya utilidad sería enorme- escasean pese a que casi todos los críticos literarios o ensayistas de nivel realizan esforzadas incursiones en los autores pasados y presentes que les interesan. Cada uno de ellos, tiene su listado de favoritos o denigrados. Por ejemplo, y entre otros muchos, Harold Bloom (imprescindible su “Canon literario”), René Girard (de mis predilectos) y desde luego, Borges, el atrevido entre los atrevidos juzgando a sus colegas. Bukowski, Zweig, Vargas Llosa… me vienen botepronto al magín. La lista es interminable. El propio Umbral -y estoy de acuerdo con él- vino a decir que esos juicios son muestra de la única república libre que existe. La de las letras. Tampoco J.M. de Prada se anda con chiquitas, lanzado como está, últimamente, a diatribas heréticas desde posiciones ultra católicas contracorriente. Personalmente, respeto muchísimo las heterodoxias, aunque, como en este caso, sean de los más ortodoxas.

Va pues de suyo que cada generación de escritores tenga sus referentes. Aquellos a quienes, luego de leerlos, consideran que están/vibran en la misma onda suya. Gran parte de los elegidos serán escritores minoritarios de cabecera que posiblemente caerán en el olvido al morir los famosos que ahora los consultan y citan. Los nuevos intelectuales y ensayistas se verán así privados de ellos en pocas décadas, teniendo que volver a desbrozar dramas ya vividos como si fueran nuevos, bucear océanos tratando de dar con restos de las creaciones perdidas o hechas desaparecer (quema de la biblioteca de Alejandría, libros prohibidos por el III Reich. (Recuerden Fahrenheit, 457). O encontrar autores que escriban tramas actualizadas semejantes a las de los escritores desaparecidos.

De ahí que al contrario de lo que sucede con las ciencias, cuyos hallazgos cristalizan en utensilios, saberes y tecnologías concretas que se transmiten acumulativamente, los humanos apenas progresemos en lo que a las relaciones entre nosotros se refiere, dándose una especie de eterno retorno a lo primario siempre borrado. Del minucioso y perpetuo reseteo, lógicamente, se encargan las élites de uno y otro signo siguiendo sus intereses. De manera que, finalmente, quien quiera acercarse y recuperar retazos coherentes de la memoria histórica completa tendrá que volverse anacoreta descifrador de jeroglíficos y pergaminos gastando la vida en el empeño. Fallecerán para cuando pueda juntar los trozos que le permitan una visión global aproximativa de los principales sucesos, posibles causas y consecuencias, etc…. Es el caso de “currelas” como los citados o Gustavo Bueno, Dragó, Marina, etc.. por ceñirme a algunos recientes de la península.

A los efectos, lean el exquisito EL INFINITO EN UN JUNCO, tesis novelada de Irene Vallejo. Realmente ilustrativo y de poética belleza literaria y documental. Ya digo que, lamentablemente, la cosa de que muy pocos se pongan a recopilar tipologías de personajes y acontecimientos novelados y realizar comparativas es de rueda de mulas.

Resumiendo, llamo la atención y propongo a los estudiantes -o a quien se atreva con la ingente faena- reunir los materiales y efectuar una especie de Enciclopedia Mundial -némesis de la admirada francesa del XIX- compendiando por factores de similitud, la multitud de dramas sociales fabulados o teatralizados durante los siglos. Me relamo sólo de pensarlo. Gráficos con análisis estadísticos de correspondencias por perfiles de protagonistas, situaciones, tramas, etc..

¡ J´ACCUSE  Y PROPONGO ! Lo hago porque valoro autores y obras que requieren 20 años o más años de dedicación; estilo a la del polaco ( no recuerdo ahora su nombre) que tras ingentes investigaciones fue capaz de teorizar una sociología del arte pictórico. De cada cuadro, nada menos. Me quito el sombrero delante de esa clase de trabajadores silenciosos y constantes. Ellos, sí, verdaderamente revolucionarios. ¡Chapeau!