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MANZANAS INCONFESABLES. Los Tabúes

( RESURRECCIÓN )

-Relatos Eróticos. Libro III-

 

Llega una edad en la que, aunque cueste, conviene reconocer qué defectos nos envuelven, además de las abundantes o escasas virtudes. Y creo también, que en mi caso y en tanto sociólogo analista de las sociedades humanas, es hora de atreverse a desvelar las medio verdades o directamente mentiras de muchos de los mitos cotidianos de los humanos, máxime aquellos levantados en su propio interés por las élites que nos mal gobiernan.

Son desagradables de experimentar y padecer, pero la hipocresía en su faceta más interesante es una ventaja evolutiva. Grandes autores hay que han estudiado sus paradojas, además de múltiples fábulas (Samaniego, etc..) advirtiendo de ser prudentes y tenerla en cuenta. El refrán de “homo homini lupus” cabe parafrasearse y completarse con otro que sentencie: “homo hominis vulpes” ; dicho que acabo de inventarme y cuyas evidentes resonancias tal vez me hayan sido inspiradas por el segundo y principal tema que tengo intención de comentar. LOS TABÚES

Quienes me leen, conocen mi apostolado a favor de recuperar siquiera aspectos constitutivos de la animalidad humana sacrificados desde el principio de las llamadas civilizaciones; especialmente luego de conocerse el papel de los varones en la fecundación. Y de lograrse la acumulación de riquezas, gracias a la agricultura y a implantar la propiedad privada como derecho de legítima defensa, cual no podía ser de otro modo: impedir que los frutos del trabajo propio sean robados por cigarras.

Proteger la gens propia y favorecer el cuidado y medro de las heredades, impulsó poner límites a las relaciones de hijos y de las hijas, sobre todo. Las relaciones sexuales libres y los generosos intercambios de bienes epicúreos se cortapisaron.

Razones de optimización económica aconsejaban regular muy bien que tipos de “adquisiciones e incorporaciones al linaje” convenían y las que debían proscribirse. Los infantes se convirtieron en mercancías, si es que alguna vez no lo fueron, puesto que antaño las razzias ya practicaban los secuestros de mujeres y hombres; bien para violarlas y esclavizarlas como servidumbre o incluso, antiquísimamente, para servir de alimento y comérselos directamente u ofrendarlos sacrificialmente a los dioses. Prácticas que aún perviven en lugares de Oceanía o África.

Los ensayos antropológicos propiciados por la navegación a escala terráquea desde el siglo XV, al menos, lo testimoniaron perfectamente para asombro de las mentes occidentales. Léase Francisco López de Gómara al respecto de las culturas azteca y maya, o siglos después, Champollion, Darwin o Frazier, haciendo parecido con las civilizaciones egipcias o boreales en las eras napoleónicas y victorianas.

Mas no quiero desviarme. Mi interés hoy, aún reconociendo que no sea lo normal -ni lo óptimo cara a la reproducción de la especie y el orden social-, es desmitificar (des-anatemizar o des-tabuizar) si se me permiten los palabros, las relaciones afectivo-sexuales entre jóvenes y ancianos, supuesto que ambas partes lo quieran. Y sobre la base de que detrás de las coyundas, según behavioristas, evolucionistas, biologistas y estructuralistas, hay a menudo un trasfondo de utilidad recíproca. Intercambios del tipo  “ambos ganan algo”. A fin de conseguir transacciones provechosas mutuas, cada cual ofrece y pone precio a lo que tiene que al otro le pueda interesar. Mercantilismo puro y duro. Uno de los motores del mundo, por mucho que los y las buenistas quieran negarlo o impedirlo mediante censuras y represión. De aquí surgen un sinfín de artes y triquiñuelas, además de todos los oficios como, por ejemplo, el considerado más viejo del mundo. Allá quien se obstine en cuestionarlo o persiga prohibirlo. Se estrellará contra las paredes más fuertes del universo: ¡las naturales!

La pregunta obligatoria es ¿Dónde está el límite para no incurrir en pederastia ni causar daños psicológicos irreversibles? Una frontera ética infranqueable y a salvaguardar, sin ninguna  duda. En mi opinión, y refiriéndome a chicas, al igual que legalmente consideramos que una mayor de 16 años de facultades mentales normales puede decidir abortar sin necesitar de permisos paternos, tiene derecho a mantener relaciones afectivas en el grado que desee. Ello, sin perjuicio, de estar informada y recibir las orientaciones que requiera o acepte. Ya digo, que sobre la base de que mentalmente no sean realmente niños en el sentido de que tengan las capacidades lógicas de discernimiento entre realidad y fantasía, consecuencias de los actos, responsabilidad, adecuado control de emociones, defensas frente a la frustración, etc.. en grados de promedio por encima del percentil 50 de los actuales test para adultos.

¿Es justo privar a las personas que cumplen estas condiciones de experimentar y disfrutar de la sexualidad con quien deseen, incluso, llegado el caso, de padecer los reveses de la primera relación o el primer amor? En eso consiste madurar y vivir. Experimentar es el principal modo de aprender.

No se me oculta que si, ya de por sí, las relaciones entre adultos son complicadas, afectividades íntimas del tenor aquí descrito pueden multiplicarlas. Aun así, también pueden dar lugar a vivencias exitosas y perdurables, que nadie tiene derecho a impedir o dificultar porque, de interferir con moralinas excesivamente racionales, podrían ocasionarse trastornos identicamente graves.    

Poniéndome la venda antes que la herida, recuerdo que no descubro América dado que fueron y son prácticas históricamente toleradas, especialmente a los poderosos y personas singulares por razones obvias. Sanchez Dragó, Richard Gere, Antonio Machado y Leonor, etc..

Otra vez me traiciona el sexto sentido al citar el nuevo continente en vez de las culturas orientales, africanas y boreales donde estas cópulas son verdaderas instituciones. Sin mayores esfuerzos, podrán imaginar el motivo de que a mis casi setenta años escriba esta reflexión. Y como los relatos y poemas, cuando son sinceros, constituyen la mejor explicación que cabe darse, les dejo a leer lo escrito bajo el hechizo. Espero haber conseguido transmitir las emociones que allí se despertaron entre un viejo verde y una mujercita. Ya saben: “Caballo le dan sabana…”

A la hora de juzgarlo y juzgarme, reparen en Vds mismos y mismas. Si en estos tiempos de censuras comunistas consiguen deshacerse de los frenos mentales con los que la burguesa “Sociedad Criminal S.A.” nos encadena a todos, confío en recibir una condena, si no de absolución, al menos venial (ironizo): seis meses de trabajos para la comunidad, que -mediando la suerte- emplearé en ayudar a poner en marcha montajes subversivos de teatro en algunas compañías locales cercanas. Atrévanse a soñar aunque corran peligro de hacerse realidad.

¡No me arrepiento!

“Hay cárceles que han hecho carne dentro de nosotros”

 

***

Más de una vez pensé, de adolescente, que el cuento de Caperucita Roja simbolizaba encuentros reales entre niñas ya desarrolladas y menstruantes (14 o así) y hombres adultos tentados de degustarlas sexualmente que urdían celadas para lograrlo en bosques aledaños y bordas de pastores.

Si les digo la verdad, de la trama no recuerdo más allá de que el lobo finge ser la abuelita y la frase: ¡PARA COMERTE MEJOR! Disculpen el olvido, la memoria privilegiada que tuve de joven decayó décadas atrás.

Les cuento todo esto porque Caperucitas de inocencia pura “haberlas, haylas” aún hoy día.

Atardecía en Soria y me encaminaba de regreso a casa, luego del paseo diario con Mambo, mi fiel o resignado spagneul de rutinaria compañía, cuando al filo del bosquecillo de pinos contiguo al pueblo, veo a una “lolita” subir la vereda componiendo un ramillete de flores silvestres.

¡Primorosa! No Llevaba las medias negras que canta Sabina, pero sí la minifalda azul. A todas luces, lo que denominamos una mujer hecha. Pantorrillas rectas de mármol bruñido tal que columnas jónicas. El rostro y la cabellera que los varones imaginamos tendría María Magdalena de jovencita. Labios carnosotes como toda ella, y cual digo: pintados en color cereza clavel. Pechos altos y bien espigados adivinables feraces bajo la camisa blanca ajarretada. La encarnación misma de una ensoñación transcrita décadas atrás:

Fa n t a s í a   d e l   T r i g o

 

Pechos vuelas de harina;

ligeros como jilgueros,

pican semillas en mis pecas de cereza.

No me costó completarla titulándola:

Fa n t a s í a   d e   l a   C o r c i l l a   a m e r i c a n a

Enredados en la escalera del cuento infantil

urdida con naipes de colores,

tallos de trigo tostado se yerguen

buscando el cielo de alubias y café.

El lugar era tan solitario como nuestras almas, según supe después; mas no necesité decirle “Noli me tangere” (no tengas miedo). Me sonrío afectuosamente al cruzarnos y correspondí alegrando el gesto mío, de por sí adusto en los saludos.

Salí de la foresta. Quiso el azar que Mambo anduviera retrasado olisqueando los mil rastros que dejan la corza y su hija ya crecida que han hecho de este pago su morada. Silbé y silbé sin que apareciera.

-No veo que ande, por aquí, dijo la corcilla de dos piernas. Si quieres, lo busco.

– Gracias. Tranquila conoce el camino. Lo andamos a diario.

– ¿Es de caza?

-Sí. ¿Por qué lo sabes?

-Por tu camisa de camuflaje.

-Ah, claro. ¡Qué tonto!

Súbitamente, Orangu sintió una intensa emanación de hembra. La intensa fragancia de feromonas femeninas totipotenciales. Comenzó a mandar imponiéndose a la voluntad de orden y sensatez.

Ascendí hasta ella convertido en lobo feroz con corazón sensible.

-¿Vives en Gómara? Es la primera vez que te veo.

-Llevo aquí un mes. Acabo de llegar de Nicaragua.

La conversación continuó fluida dándome toda clase de pormenores y referencias. El chucho seguía perdido.

-Puedo acompañarte a buscarlo. Apenas conozco esto.

-Voy sólo hasta el fondo. Los rastros le entretienen y seguro que le cubren los helechos. Andará cerca.

Los más, creerán que fabulo, la niña-mujer abría la barca con tesoros de Alí Babá y continuó la senda detrás de mí.

Orangu, entusiasmado.

Al rato estábamos sentados en las mieses con mi alter ego mostrándole fotos del nieto. Los muslos descubiertos por la falta de tela a un palmo amenazando descubrir las velas blancas del bajel con bodega cargada de caracolas y licores de caña. Los labios casi manchándome la camisa de carmín, al aproximarse a ver el detalle de las fotografías. El nombre cristiano dialogando con Orangu para devolverlo a la cabalidad.

-Mis padres están separados desde hace años. Ambos con nuevas parejas. Hasta abril he vivido con mi padre. Le echo mucho de menos. Casi no salgo. Mi madre trabaja todo el día y…

-Estará encantada de que hayas venido.

-No sé. ¿Encantada por qué?

Orangu me quitó la palabra de la boca, cierta como la luz del sol.

-¡Porque eres un regalo! ¿Es tan bonita como tú?

Las pupilas que me alumbran, dilatadas al contemplar recién germinadas las armonías de su faz risueña y formas exuberantes, corroboraban cuanto le afirmaba.

Creí que se ruborizaría o pondría en duda que ella misma fuera bella. Sin embargo, sonrío franca mostrando los corales de los dientes perfectamente alineados y asintió.

-Si, es muy linda.

Según lo decía, volvió a sonreír. Abriendo tanto la virginal boca que parecía felizmente espantada. Para corporeizarse en colibrí, únicamente le faltaba sacar la lengua y acercarla a los néctares. Fue entonces cuando caí en la cuenta de estar delante de la entrada a un cenote sagrado y ceremonial con aguas colonizadas por anguilas electrificantes. Los bordes del acantilado amarfilado contenían innumerables carteles con la leyenda ¡PELIGRO DE MUERTE!  Los efluvios de sulfuro de la hembra fértil los cubrían de niebla haciéndomelos semi invisibles. Dejé de verlos y tampoco quería verlos.

Mambo apareció de repente porque la pineda entera olía ya a Irene, que así se llamaba. Se acercó a olerle las partes íntimas. Bendita felicidad la de los canes, musitábamos Orangu y yo, ebrios de la Orangi americana.

En mis retinas la francesa coqueta y desinhibida de los veranos de adolescencia en Eibar. Gigantesco el contraste con la candidez de esta nicaragüense.

La tierna misa campesina y  “son tus perjúmenes, mujer, los que me sulibellan” también hicieron acto de presencia:

Pero la lógica me advertía de volver a la civilización, no fueran a complicarse las cosas por estar apartados y de chácharas personalísimas con una menor -sospechaba que me había mentido- al cuarto de hora de conocernos.

-Regresemos. No es prudente que te adentres en arbolados con un desconocido adulto como yo. Te lo habrán dicho.

-Sí, pero me has caído bien,

Según lo decía, creí percibir un atisbo de conciencia sexual despierta en ella. El conocimiento de que sabía el terreno peligroso que pisaba al transitar esos parajes aislados conmigo y con Orangu. Posiblemente, a su instinto de mujer, le agradaba levantarme el deseo. Los 18 años confesados crecieron hasta los treinta.

En el libro Manzanas de Hiel y Miel, tengo narrado lo que me aconteció hace lustros con una mocosa de diez primaveras inteligentes. Ahora, la sensación era que estaba sucediendo algo semejante. Tenía a mi vera una mujer sintiéndose tal y gozando las sensaciones de los requiebros varoniles, así fueran encubiertos y de un jubilado.

Se interesó por cosas de nuestro país. Le comenté que había venido a uno de los mejores lugares del mundo e iba a ser feliz aquí. Mi lado racional la aleccionó sobre qué le convenía estudiar.

-No entiendo lo del dinero…

Soltó de sopetón. Tardé días en comprender que le bullía en la cabeza. Le expliqué que el euro equivale a 40 córdobas.

Como sin venir a cuento, mencionó de modo extraño:

-¿Y la bebida?

-¿Cuánto vale una gaseosa?

– Un euro, más o menos.

– ¡Qué bien!  ¡Puedo comprarla!

-¿Te apetece o qué?

-Con mi padre solíamos beber a veces.

-¿Ron?

-Licor de caña.

-¿A que te gustó?

Hizo un mohín placentero afirmándolo con recato. Esa era la pista de lo que cavilaba. Conforme avanzaba la conversación, intuí, además, que estaba proponiéndome poco menos que le proveyera.

-Está prohibido a los menores.

-Lo sé.

Consciente de las piedras del asunto, opté por tomar la dirección de casa, pero Orangu se resistió y sembró garbanzos para asegurar el reencuentro.

-Hago este paseo todos los días entre las 7 y las 8. Si quieres, bajamos juntos. Así ves el jardín de Mambo y te acercas a saludarnos cuando quieras.

***

Se llevo una rosa fragante del jardincito, después de asegurarse que el timbre sonaba.

Para entonces, ya le había confesado que era viudo y cavilaba, en fantasías, el modo de despertar su caracolillo durmiente y quitarle la flor sin ser encarcelado.

Aunque el sexto sentido me decía que ya habría sido robada. Los labios eran del color de la caperuza de Caperucita Foja, y no era casualidad verla adentrarse aquella tarde ensimismada en el bosque. Pero eso no lo sabía entonces. (Continuará).

No es chiche decir adiós… cuando la alegría es tanta,
Aquí siento un torozón en mitad de la garganta,
Pero toda esta cabanga va a ser pronto una sonrisa,
Cuando todos regresemos a la misa campesina.

 ***

 

 

Koré, Yambé y Junio

-Recreación ensoñada y libre del mito-

 

Un astro.

¡Debieron bautizarla Lucía!

Un astrolabio signando tu rumbo oceánico de despedida del mundo.

 

Sin haberlo probado, siento el licor de caña exprimido;

la luna mesoamericana anunciarse.

 Lleno de Kykeon el recipiente;

menguada sólo tenía la falda.

 

De leche el rostro y el pecho;

y cual juncos de ron quemado por miradas indiscretas,

llevaba los muslos jónicos.

 

El bosque del cabello pugnaba crecer en desbandada de milanos

lanzados a gritos sobre la hondonada vertical,

sin lograr cubrirlos.

 

No hallaban despojos,

ni los versos acertaban a recoger el agua.

 

¡Si yo no fuera un can!…

 

Esta luna de sol naciente tiene algo de japonesa.

Ríe con el brillo de los carámbanos deshelados.

Koré, ya mujer, le ofrece cisnes a Hades; y éste, un narciso en invierno.

 

Para forzar el regreso de Junio,

Yambé tendrá que levantar su vestido de trigo Baubo a la madre.

Y confesarle que Lucía es libre, por probar la granada.

A IRENE KORÉ