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Inquieta y revuelta, bajó la noche sedienta a beber las fuentes del mar vivo.

Respiraba fuerte, propiciando que buscáramos refugio en el cenote metálico prestado que aguardaba paciente. Invisibilizado y silente cual hacen las sombras penitentes.

Almas furtivas destilaban chicha y aguardiente en los alrededores.

Las bocas, ONGs solidarias, fueron a quitarse la sal pegada, porque las manos extranjeras caminaban a oscuras y obstinadas, senderos de zarzas de lana y espinos algodonados con destino en las montañas almendradas.

Sendas rosas azules de erguidos cristales reventaron al ser descubiertas llenando de fragancia y esencias de luz, cárdenas y níveas, el recinto yermo.

Osé cruzar un desfiladero guardado por monjes guerreros.

Abrí los labios para respirar un hambre de meses, y me entró una bocanada de océano tranquilo. Lengua de yegua chúcara, achocolatada y brujulada, repentinamente mansa y orfebre de exquisito vino.

***

Eran las olas levantadas por sus lunas temblonas al escudriñarla con dedos mastines o masticarles las hojas de coca, quienes alborotaban la mente.

Sabían al café de Colombia cuyo oficio es “despertador de muertos”.

Quise, Aristeo -guardián de las abejas- encolarme Chicha. Comulgar con la Pachamama y sorber el abismo de la vida.

Vertí humo con ambrosía, pero la cremallera hostil del jean, Cerbero inclemente, me negó el franqueo. Maldije la ausencia de pollera colorá.

Extrañamente, el mar seguía muerto. La furgoneta continuaba quieta observándose complacida. Y yo, a un palmo, mantenía los ojos en pasmo.

Un reloj de iglesia fúnebre, se quejó de su mala suerte, y con mando a distancia arrancó el motor acercándonos a casa.

© Bingen Alcalde.Octubre,2023