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¿Son los títulos los que se parecen -casi todos ingleses- o son las historias que tienen detrás?

Este pensamiento me viene a la cabeza, viendo “Regreso a Montauk” rodada el año 2000. Un semi-drama romántico. Si acaso, drama psicológico… 

Aquí, el consabido escritor; de suyo introspectivo -como les cabe en gala y desventura a los escritores- y las igualmente sempiternas mujeres alrededor, entre las que no sabe ni quiere decidirse. Típico. A nadie le amargan sendos caramelos con la belleza y sensibilidad de Nina Hoss o Susanne Wolff; añadiendo ésta, el dulzor; tan del gusto masculino.

El film comienza con una reflexión importante:

“Hay cosas que se hacen y luego se lamentan de por vida y son las que importan;

lo mismo que las que no se hacen y se lamenta no haberlas hecho”.

¡Bien por Volker Schlondorff aportando al secular intríngulis que cito, una visión propia al final de su carrera cinematográfica! Fue de nuestros directores más valorados de los años 80 junto con Rainer Warner Fassbinder, Alan Parker, etc..

Dirige con maestría esta pieza, valiéndose de grandes actores; singularmente, Nina, Susanne y el sueco Stellan Skarsgard. Curiosamente, descubrirán que su personaje da bien el tipo de “hacerse el sueco”, conforme al estereotipo que, a menudo, en los conflictos de pareja, se nos asigna a los varones: ser insensibles, mirar para otro lado, hacer borrón y cuenta nueva sin aparente esfuerzo, etc.. Un acierto más que añadir al trabajo realizado por guionista y director.

La película contiene todos los ingredientes del género y, extrañamente, no aburre; cuando debería hacerlo. Al menos, con quienes sufrimos a Ingmar Bergman y sus retorcidos e infumables planteamientos visuales maritales de los años 70 prolongados tediosamente. Porque desde el faro, el mar, la playa, la tensión sexual, el desengaño, la ruptura anterior, el reencuentro, la pareja, los sentimientos encontrados, etc… están más que vistos.

Y sin embargo, algo en la trama magnetiza. ¿Son los actores? ¿Es la narración y la maestría con la que organiza las secuencias y el tempus? No lo sé bien. ¿El colorido entre neblinoso y brillante, la fotografía excelente, el entorno neoyorquino, las evocaciones que produce la pantalla grande en la oscuridad, la conseguida música clásica de fondo…?

Sea como fuere, ¡Es buen cine!

Esto de querer a dos mujeres o más a la vez, diría que es otra constante existencial humana. Desconozco si les sucede parecido a las chicas, aunque tiendo a darlo como probable, pese a lo que seguidamente, desarrollo. Similar a la coincidencia que, según he mentado, encontré antes entre títulos y temas.

La simplicidad existencial de los varones, ese vivir suyo al día, al momento, pero acompañado de pálpitos diáfanos irreprimibles que, por algún motivo que no vislumbro, la mujer parece no sentir o no querer creer, y frustra y rompe.

CORAZON LOCO

por DIEGO "EL CIGALA" con Bebo Valdés | Lágrimas Negras

Al respecto de cuanto comento, un ejemplo me viene a la memoria. La ocasión en que mi madre anticipaba un momento familiar difícil y me ofrecí a ayudarla:

— No te preocupes mamá, cuando llegue el momento puedo arreglarlo.

Me sorprendió su respuesta,

—Eso dices ahora; ya veremos después.

Para mí, fue desilusionante, escuchar aquella desconfianza. ¿A qué venía…? Me dio a pensar. ¿Tal clase de reservas, apoyadas sin duda en desagradables experiencias cercanas, deben expresarse a un joven de 30 años?  ¿O sencillamente deben agradecerse?

Con el tiempo descubrí que, en realidad, y por lo que fuere, ella tendía a ser así. Llegado el caso, le costaría brindar esa clase de ayuda. ¿Qué distinta a la generosidad de mi padre! Incluso por hijos algo díscolos, cual era yo, a partir de que al hacerme mayor dejé de bailarle la cuerda que con tanta destreza manipulativa manejaba. Lo demás, no cabe pensar que una madre responda tan impropiamente y fuera de tono.

Pues he de contar que a lo largo de la trayectoria vital que acumulo sucede similar con los comportamientos de mujeres significantes para mí. Observo que desconfían y acaban estropeándolo. Están casi felices y, sin embargo, una llamita dentro de ellas tintinea intranquila, preocupada. Reparen en la expresión: PRE-OCUPADAS. Es entonces cuando “por salir de sí mismas” se produce el efecto contrario. Lo asevera la psicología. El extrañamiento, en términos psicológicos. Dejan de vivir el aquí y ahora. Y acontece la profecía que se cumple a sí misma. Como si sembraran una semilla que luego germina favoreciendo la separación.

Y lo hacen en medio de un sufrimiento que transmiten y genera ansiedad. Te dices ¿Qué pasa aquí? Les percibes un dolor viejo, como trascendiendo los siglos. Quedas desazonado, vendido. Me pregunto ¿No podían, por una vez, dejarse ir o llevar, no pensar y vivir el momento?

Hace poco he oído a una coach televisiva afirmar que la mujer, luego de los desengaños, cierra su corazón. Se le seca de por vida. Tiendo a pensar que eso sucede antes. En realidad, son bastantes las que dan la impresión de tenerlo cuarteado. Máxime a partir de los cuarenta y cinco o cincuenta. No sé desde cuándo, pero es anterior al vaciamiento del nido o el deterioro físico, aunque éstos lo acrecienten. Quizás sea fruto de la especie de castración a la que se les somete de jóvenes, reprimiendo que muestren y expresen impulsos naturales de afectividad.

Desde luego, sucedía así con la mayoría de doncellas de mi época juvenil allá por los 80. Fenómeno que sigue ocurriendo con las generaciones posteriores. No debería extrañarme, a la vista de las campañas de “terror al macho” que aventan las feministas socialistas y comunistas a diestro y siniestro, día y noche, y al que se suman todas las cadenas de radio-tv por aquello de quedar bien y contentar a los poderes que les subvencionan.

Esto no obstante, mi sensación actual es la de que tienen un corazón frágil delante de la despiadada naturaleza del mundo y las adversidades cotidianas que acarrea. Un dicho lo precisa: “Son leche hervida”. Hasta las aparentemente más altivas, caso de la en otras facetas “rompedora” Frida Kahlo, por ejemplo; sumisa completa delante de su marido Diego Rivera, sin que consten otros maltratos aparte de las infidelidades y a pesar de ellas. Con que les roces o hieras, se infectan mortalmente y jamás sanan. ¿Nos sucede igual a los varones? No creo.

A veces, tengo también la sensación de que esa historia del desengaño causante del cierre de sus corazones, es el mito en el que se envuelven y con el que justifican y tapan la mentira o evidencia de que lo tienen clausurado mucho antes. Por razones históricas o evolutivas puede entenderse que estén a la defensiva, pero, en mi opinión, las occidentales lo están en demasía. Mucho más que sus compañeras orientales o africanas, que tendrían mayores motivos para estarlo y sin embargo ahí las ves tan pizpiretas afrontando la vida con colores y alegrías juveniles… No continuaré por este camino dado que, posiblemente, entramos en el complejo mundo del troquelaje cultural, las expectativas existenciales, las redes de soporte de clan, etc, etc.. Corro peligro de salir trasquilado.

En cualquier caso, los hechos son los que son. Y mi experiencia dice que por hache o por be, es el hombre el que ama a tumba abierta.  Cuando lo hace, no para mientes en fronteras o frenos. Únicamente le importa el amor con pasión. El sano desahogo de la pulsión. La comunicación íntima con el ser deseado al que, normalmente, idealiza. Lo que le ayuda como estímulo.

En cambio, raras veces he visto mostrarse así a una mujer. Exteriorizar sus emociones por la pareja, incluso queriéndolo. Tan sólo en ocasiones excepcionales. De niño, vi a una joven aporrear a gritos desesperados la puerta del amado; que no se abrió. Una ambulancia se la llevó. Años después, levantaba los puños a cualquiera que mostrara interés sexual en ella. Se me dirá, acertadamente, que las consecuencias de tener sexo son diferentes en ambos estando por medio el riesgo de embarazo o el que dirán del etiquetaje cultural, etc..

Cabe una tercera explicación, a los extrañísimos galimatías sentimentales con que nos obsequian Hollywood y el cine europeo (estén atentos a las razones del desencuentro argüido por la protagonista en este film. Al parecer, el sistema -llámenle como quieran-, tiene que montar estos melodramas porque lo que vende y mueve las lágrimas es el coitus interruptus de las relaciones. Lo veo a menudo, en muchísimas películas. Obsérvenlo, el cine necesita de las interrupciones más o menos bruscas y tensas de las relaciones de pareja y de tríos para atraer espectadores. Sucede en infinidad de cintas. “Los puentes de Madison”, “Amistades peligrosas”, etcétera.  ¿Ocurre igual en la vida real? Posiblemente. Los estudiosos sostienen que, a mayores incertidumbres, mayor es la atracción originada. A ese respecto -asómbrense- para conseguir, consolidar o mantener viva una relación, aconsejan ir con la pareja a un lugar peligroso. Tal que el borde de un acantilado o rascacielos, etc.. El resultado de ese estrés será la creación de un potente vinculo. ¿se lo creen? Yo, sí.

***

Estos días he asistido a una sesión sonora tipo terapéutico en prácticas de sanación psíquica alternativa, invitado por una amiga. Acompañamiento de duelos, somatizaciones, etc. Un arduo trabajo que practiqué de estudiante y no envidio. Lo traigo a colación porque hila con lo que intento mostrar de que los avatares mundanos normales, sobre todo los referidos al bienestar, los ideales espirituales, el deterioro físico y la muerte parecen importar y afectar más a las mujeres que a los hombres, en líneas generales. Son menos los varones dedicados en cuerpo y alma a alcanzar perfecciones de cuerpo, mente y alma. Creo que una estadística rigurosa del número de personas por género, y el tiempo “gastado” en esos menesteres, lo sentenciaría de forma inapelable. 

Hay algo en esos fenómenos y prácticas que no comprendo y parece rayar lo obsesivo. Un querer ir más allá de la naturaleza humana. Bien es verdad que recibí una explicación interesante por boca de la conductora de la experiencia, que deberé profundizar:

“Se trata de salir de la cárcel de las limitaciones impuestas por la educación, la cultura y el cerebro consciente. Abrirse a  explorar potencialidades que desconocemos pero intuímos que están en nosotros” 

Hora y pico de concentradísima faena entre inciensos y con meditación final incluida. Después de escuchar los espectaculares gongs y cuencos tibetanos de diversas tonalidades envolventes, los asistentes intercambiamos impresiones sobre qué nos había parecido. Me llamó poderosísimamente la atención una mujer atribulada, fumadora compulsiva, confesando no saber qué decir. A insistencia comprensiva de la doula, acertó a expresar titubeante qué había sentido y qué no. Y como que agradable, aunque ni fu ni fa. Parecido a mí.

Una segunda mujer macilenta, por el contrario, habló de que había flipado y sentido de todo. Por ejemplo, se había entrevisto metiéndose dentro de una piedra. Me sorprendió la originalidad de esa figura. Jamás hubiera imaginado una cosa así. Y creo que es la metáfora perfecta que describía su corazón de luto. Una piedra. Y de verdad que lo transmitía. El contacto con ella era glacial. No “decía” absolutamente nada; tal que estar delante de un cadáver.

Sin embargo, su hermana, igualmente atravesando el grave luto familiar, y similarmente apesadumbrada de faz, producía en mí el deseo de abrazarla. Tenía algo aún vivo. La voluntariosa coach, metida en su papel, actuaba cual una sacerdotisa griega. Una eficaz encarnación litúrgica con máscara guiando y propiciando que observáramos y leyéramos con calma nuestro interior. Palabras medidas y gestos suaves, pero el ejercicio me resultó vacío, frio e individualista.

—Eres tierra, informó. —Por eso prefieres el gong grave… Te has dormido de seguido y roncado – apostilló, sonando a reproche.

La terapeuta afirmaba que las tres dolientes estaban en un momento existencial de “mirar hacia adentro”. Y dando por sentado que hacerlo excluye no poder mirar hacia afuera. Contradijo la creencia popular feminista. Yo soy más cuántico. Puedo hacer más de una cosa la vez, já, já.

Mediado el ejercicio, estaba ya cansado de sonidos; incluso, me resultaban desagradables. Había mirado suficiente dentro de mí. Me sentía bien conmigo mismo, y lo que necesitaba era un rato de contactar y sentir otros cuerpos. La mejor medicina que conozco. Especialmente, el de la hermana de marras. Sin embargo, continuaron metidas dentro de la piedra, y con sus gongs de distinto tono a vueltas.

Sucintamente lo expresé durante la breve puesta en común, obteniendo vagas respuestas. Cuando en privado se lo conté con detalle a la chamán, respondió:

—Es que tú allí no pintabas nada.

Una frase lapidaria.

 

***

 

No he visto aún el final de “Regreso a Montauk”, pero puedo intuir que la chica alemana (Nina) con la que el escritor tuvo un affaire tiempo atrás -cortado de tajo sin explicaciones por parte de él- despedirá al escritor, que se retirará confuso y volverá a los brazos más acogedores y menos turbulentos de su actual compañera (Susanne) a la que, extrañamente, no prefiere. Yo no dudaría. 

Son muchos los amigos que comentan, lapidariamente también, que las mujeres lo complican todo. De hecho, me tienen prohibido subir chicas al velero de recreo que tenemos. 

No obstante, les aseguro, que se van a sorprender, y hasta diría que, lo que Schlondorff cuenta -quizás biográfico-, puede suceder más frecuentemente de lo que pensamos. Ahí lo dejo.

¿Y si fuera verdad, lo que aquel buen cubano, también brujo y curandero aseguraba?

—La mujer vive en un mes, todos los cambios emocionales, que puede tener un hombre en un año.

De ser así, ya tenemos la explicación a la lucha de sexos. Es irremediable. Infinita e imposible de evitar. El cielo nos asista.

Doy un diez a la música. ¿Recuerdan la canción que tan bien interpreta el Cigala? ¿Cómo se puede querer a dos mujeres a la vez y no estar loco?

Pues eso, junto con el título de esta entrada: las víctimas y sus verdugos.

Me pregunto si al director no le pasa lo mismo que a todos los hombres. Cuando lleguen al término de la película, piensen en ello. El cine necesita finales infelices. Necesita la mentira que está detrás del THE END infeliz. ¿Le sucede lo mismo a Schlondorff, o estamos los seres humanos actuales condenados a la soledad, a la individualidad? 

El varón precisa creer en la mujer dulce que espera al chico y al que perdona sus faltas y busca su presencia y contacto corporal (Susanne).  

El enigma de la esfinge femenina (Nina) es ¿Qué necesita la mujer con dudas? Si me permiten la licencia y disculpan la maldad, les diría que, a menudo, “pagafantas”; perritos de compañía, niños manejables…

Impecable Stellan Skarsgård.

P.D.  No le den demasiadas vueltas. Quédense con aquello de “No intentes comprender a las mujeres. Sencillamente, acéptalas como son o aléjate”