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SIGO ¡DE CINE! y haciendo amig@s…

 

MUJERES Y VARONES HABEMUS… Van a permitirme que hoy, aborde el comentario de un film en parábola y “a la gallega”. En sentido amplio, honrando la emigración al sur del nuevo continente de tantos finisterranos.

Les pido, por favor que, pese a las apariencias, no deduzcan machismo alguno de mi parte. Los dioses me libren, aunque lo tengan imposible, JÁ, JÁ. Cuanto voy a escribir, tiene únicamente un fin y ánimo ilustrativo.

Comienzo. ¿Para qué sirve ver cine? Una pregunta que, a poco que se intenté responder, lleva a una tarea infinita. La cuestión tiene algo de argentina, sinónimo de quienes les decía al principio. Quizás, los únicos capaces de contestarla con los matices prolijos y cabalísticos que requieren las mil y una noches gastadas viéndolas. Calificar de injusta a la expresión, sería la primera consideración que objetaría un imaginado visionador de tal nacionalidad. De inmediato, añadiría precisiones acotando el asunto. Empezaría con un conciso “Según a quien, ¿no?”, que prácticamente dejaría abierto el debate al infinito. Tengo en la cabeza a mi dentista. De locuacidad parecida al Spinoza de alma relojera. Con la diferencia de que, a estas alturas del texto, Vds. estarán perdidos atribuyéndome desvarío, mientras que con el dentífrico estarían perfectamente prendidos al hilo. Presten atención al suceso propiciador de la disquisición, y verán cómo entre todos, todas y todes, arribamos a puerto.

Cuento de Onetti “El infierno tan temido” del que Raúl de la Torre adapta un film del mismo título; fiel, a decir de los críticos. Y con esa clase de conducta de quid y meollo en el argumento. Y créanme, amigos, amigas y amigues, aquí es donde cualquier gaucho elevará al cielo la diatriba hasta el punto de lograr el oximorón borgiano, que ni el mismo protagonista bonaereño podría resolver: decidir si suicidarse o no.

El personaje de la dama cavilado por el autor tiene la enjundia, enigmas, sutilezas  y “revoltijos” imposibles de comprender por los varones característico del mundo psicológico de la mujer. Vean la delicadeza femenina de este maravilloso monólogo. 

ATENTOS, sin embargo, al percal de la trama que prosigue: La mujer que ama le es infiel para demostrarse a sí misma, y a él, que es fiel. De lo “más cabal” para este mundo de posesiones exclusivas, que diríamos espeluznados anticipando el desenlace. Una solución creativa digna de Ariadna y el minotauro. Un sacrificio cruel y sublime, merecedor del amor con mayúsculas, por encima de lo divino, que profesa al magnífico hombre hallado tras atravesar continentes de maltrato y decepción.

Desde luego, sólo imaginable por una nacida en el río de la plata del teatro de la noche… Un pequeño problema. Su novio, no lo entiende, pese a ser compatriota suyo. Y en cuanto se lo larga, la larga. Tal cual. Orgullo ciego. Mal consejero. La deja con la puerta en las matrices. Literalmente. Boquiabierta, descompuesta y sin mediar palabra ya hasta el final de la proyección. Algo impropio en Buenos Aires. Pero tendremos que aceptar que, hablando de cine, el director sea de pocas palabras. Más, con su apellido marfileño.

El tema de marras adquiere tintes shakesperianos. Macbeth, concretamente, que para eso la actriz de nuestra película está representando semejante obra. El caso es que abre los ojos estupefacta, y queda petrificada. Descorazonada ante tamaña reacción del compañero de sus entretelas -del todo inesperada, como supondrán- viendo que su nuevo amante no entiende correctamente la intención, decide repetir y repetir, haciéndoselo saber oportunamente mediante fotos de Flores con sábanas y Lecquios.

Aunque los amigos -simples, ellos- le malmeten advirtiéndole de que “yegua salvaje habemus”, poco a poco, la ginebra y los tangos de Pazziola, le ayudan a darse cuenta del craso error cometido: está coladita por él y por eso lo hace… Lógicamente, cualquier tonto o peronista, se hubiera dado cuenta; menos un periodista conservador e ignorante, naturalmente. Pillen la ironía.

Cansada de que desprecie sus llamadas, recurre a misivas explícitas nudistas de sus aventuras forzadas con otros, que envía a diestro y siniestra, incluso a compañeros de trabajo, el jefe y la familia.

Abochornado, el gallo desmochado se pone a buscarla a fin de detener el desafuero, pero no le da tiempo a encontrarla, porque está de gira didáctica alternando hoteles y camas. Desesperada, trasquilando ignorancias por los campos sin dios de la pampa y ganándose las papas y rumiando la pena, a la cómica se le ocurre una última idea brillante infalible: enviarle la serie completa del kamasutra pa’mayores a la hija menor del agraviado, que acabará dándose matarile motu propio al enterarse, como era de esperar.

El film podría ser, mismamente, un curso completo subvencionado por las actuales consejerías de igualdad. Luz y taquígrafos.

 

CONCLUYO¡Esto es el cine, cuyons!… Al menos, en esta tango-sesión. Y para esto sirve: arrojar caramelos agridulces y confettis interraciales a la plebe mortal. Sueños rosas y de terror para liarnos y desequilibrarnos todavía más. Música celestial con la peor intención. La vida misma. Candela y pasaporte gratis a la vez. El morbo trágico vende. ¿A qué no lo sabían? Mezclado todo con especias picantes. Aquello tan multiforme y manido que en esta trama toma forma de “La venganza en plato frio”. O “la letra con sangre entra”. Una de tres. Les ruego, me disculpen la sátira. Sé que no lo harán. Ya en la cruz, tampoco me importa. Y les informo que la peli está bien.

El actor, Alberto de Mendoza, de beatífica sonrisa y guapo en la madurez. Un hombre de los que gustarían a Oriana Fallaci. Repleto de silencios femeninos.

La actriz, Gabriela Borges, pura feminidad luminosa. Desgarrador el sentimiento interpretado. Una mujer de las de matarse a duelo de cuchillo en la esquina rosada borgiana. Perfecta para el tono porteño del drama. De interpretación emocional sólida, sólo a ratos algo excesiva.

Estupendos actores secundarios. Cine de los ochenta. Un país paradójicamente aun sano, recién salido de la dictadura. Un tipo de sociedad extrañamente humana, liquidada ya en todo el orbe por mor de la ambición y la demencia general. Sabor a cine artesano. Olor a paredes viejas de calles desconchadas, antros y tabernas de destierros íntimos, arreboles, tacones rojos y dientes mellados.

Ya ven que me estoy poniendo serio y nostálgico. Como en todo buen final de crónica que se precie. Yo mismo trastornado por el recuerdo de otra hembra igual, y cual si estuviera en Lisboa en lugar de allá.

Anoten esta frase de la sentida y especial dama:

ELLA –Yo tenía un fantasma… Y como los fantasmas no se ven, nunca supe que lo tenía.

Además, reparen en uno de los diálogos de altura de la siguiente secuencia:

LA TABERNERA —¿Sabes? Te anduvieron buscando.

ÉL –Por eso no venía.

LA TABERNERA –Me pareció que ella también te quiere. ¿Por qué no la ves?

ÈL –¡Ginebra!!

LA TABERNERA –¡Buscála y hablad! No le des tiempo a que te odie.

ÉL – No quiero pensar. Chiao, Tana…

¡This is all, folks! Véanla oyendo un bandoneón quejoso. Paladearan licores añejos de vida. ¡Pónganse un mate potente, Sres! Marca de la casa, que invita.

Por cierto. El título es una porquería. Yo le pondría: ¡PUÑALES! Aprendería y haría caso a la tabernera. Con el diablo no se juega. La banca siempre gana. ¡Que corra la bola, ché!

 

¡LA LETRA CON SANGRE ENTRA!