ATENTOS, sin embargo, al percal de la trama que prosigue: La mujer que ama le es infiel para demostrarse a sí misma, y a él, que es fiel. De lo “más cabal” para este mundo de posesiones exclusivas, que diríamos espeluznados anticipando el desenlace. Una solución creativa digna de Ariadna y el minotauro. Un sacrificio cruel y sublime, merecedor del amor con mayúsculas, por encima de lo divino, que profesa al magnífico hombre hallado tras atravesar continentes de maltrato y decepción.
Desde luego, sólo imaginable por una nacida en el río de la plata del teatro de la noche… Un pequeño problema. Su novio, no lo entiende, pese a ser compatriota suyo. Y en cuanto se lo larga, la larga. Tal cual. Orgullo ciego. Mal consejero. La deja con la puerta en las matrices. Literalmente. Boquiabierta, descompuesta y sin mediar palabra ya hasta el final de la proyección. Algo impropio en Buenos Aires. Pero tendremos que aceptar que, hablando de cine, el director sea de pocas palabras. Más, con su apellido marfileño.
El tema de marras adquiere tintes shakesperianos. Macbeth, concretamente, que para eso la actriz de nuestra película está representando semejante obra. El caso es que abre los ojos estupefacta, y queda petrificada. Descorazonada ante tamaña reacción del compañero de sus entretelas -del todo inesperada, como supondrán- viendo que su nuevo amante no entiende correctamente la intención, decide repetir y repetir, haciéndoselo saber oportunamente mediante fotos de Flores con sábanas y Lecquios.
Aunque los amigos -simples, ellos- le malmeten advirtiéndole de que “yegua salvaje habemus”, poco a poco, la ginebra y los tangos de Pazziola, le ayudan a darse cuenta del craso error cometido: está coladita por él y por eso lo hace… Lógicamente, cualquier tonto o peronista, se hubiera dado cuenta; menos un periodista conservador e ignorante, naturalmente. Pillen la ironía.