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Esta película bien podría titularse “La enésima tragicomedia humana”. Estos surcoreanos -cuyo cine está siendo, obviamente, promocionado por la industria cinematográfica occidental- realmente muestran al mundo los dramas humanos con la sutileza oriental característica. A la hora de registrar sin molestar la depravación humana, considero a su idiosincrasia la quinta esencia florentina rediviva. Han superado a los ingleses victorianos o alemanes de mediado el XIX y hasta a las fintas y florituras diplomáticas vaticanistas de larga escuela. Un prodigio de inteligencia de guante blanco en puño de acero. Todo lo hacen con una sofisticación pulcra asombrosa. 

Sabido es que el budismo procura anular los deseos y no expresarlos, renunciando al placer de colmarlos. Se pone la venda antes de la herida.Tiende a rehusar, por tanto, la opción Wildeniana: “la mejor forma de vencer a la tentación es caer en ella”. Imagino que los varones y mujeres hindúes que comulguen con esas prácticas serán parecidos a rocas. Sin embargo, los habitantes de allende los extremos geográficos (China, penínsulas coreanas y vietnamita, Indonesia, etc… destilan algo sustancialmente distinto. Han aprendido a aceptar no rebelarse frente a las diferencias sociales, pero sin perder orgullo y honor. Son una cosa sorprendente. Enfrentados a los grandes conflictos personales, suelen optar por dos salidas: 

1.- La autodestrucción masoquista; como puede ser el hacerse el harakiri. 

2.- La venganza inesperada. A menudo, de plato frio, mediante autolesiones, incluido el suicidio que culpabiliza al ofensor. 

Su venganza no suele ser de estilo occidental destruyendo bienes o asesinando personas queridas por la persona que les ha dañado u ofendido, sino que son ellos mismos quienes se eliminan de la ecuación. Inmolaciones a lo bonzo, etc.

El film de hoy me ha recordado a la estupenda “Parásitos”. Ofrece rastros de un odio ancestral latente a los dirigentes y las clases ricas, igual que se perciben en Occidente, que a diferencia con aquellos ha conseguido rebelarse con éxito en muchísimas ocasiones y practica la venganza y eliminación del adversario, vía revoluciones. 

Oriente, no. Por lo menos hasta 1940-70 con la llegada de los comunismos chino, coreano, vietnamita, camboyano, etc.. Practicaba la asunción resignada e impotente de los esclavos: no ser nadie, ni tener posibilidades de victoria frente a las élites dominantes. Siempre me llamó la atención que los japoneses, después de haber sufrido en carne viva dos bombas atómicas, fueran asimilados tan rápidamente por los norteamericanos, elevándolos pragmática y míticamente a la categoría de nuevos dioses todopoderosos. (Razones no les faltaban) Cambiaron de señor; cambiaron de amo. El emperador dejó de ser el dueño de sus voluntades para pasar a serlo el presidente norteamericano y los marines.

En esta película de excelente factura técnica y ambientación, observamos un retrato cáustico  del dolor latente que sigue existiendo bajo las clases sociales. Lo refleja de una manera coherente y ejemplar. En el plano artístico, destacar el perfil perfectamente dibujado “ad hoc” de los personajes: el señor todopoderoso, la señora, la gobernanta, la suegra, trabajadores y trabajadoras…

Jeon do-yeon, doncella y criada,  borda el papel. Van a gustarles los complejos matices incorporados por el guion. Y la señora Cho, gobernanta de la mansión, también, así como Seo Woo y resto del elenco. Es cine moderno. Que haya tantos escritores orientales buenos no es casualidad. Su literatura es más que aconsejable y siempre sorprendente. Lo mismo consiguen abrir con delicadeza la gasa de la seducción que despierta el erotismo, como rasgar la que esconde el dolor íntimo inconfesado. Esa sensación química tenebrosa que rodea las relaciones afectivas o de diferencias de status entre las personas en Oriente. Muestran una tensión larvada que da miedo. Es el caso de esta película, pero no me tomen las palabras al pie de la letra. La verán “agradablemente” con sólo dos o tres sobresaltos memorables. Contemplen las reacciones insospechadas a que pueden dar lugar.

Es un film que se ve a ritmo pausado (tal vez, en  exceso) Un cine que salva lo mejor de las personas humanas. Quizás, se exageren un poco, las situaciones. No puedo opinarlo con rotundidad, puesto que no he tratado con aquellas clases “altísimas”. ¿Recuerdan a Xi Jin pin hierático según detenían al anterior número 1 del Partido comunista Chino sentado al lado, luego de haberlo ordenado él en bambalinas?

En todo caso, sociológicamente hablando, las dinámicas de las clases y estratos sociales -por naturaleza, jerárquicas  e imposibles de evitar- conducen a ello. Y, particularmente, a modificar las psicologías humanas. De manera, que los ricos, pese a sus buenos modales o buenas intenciones iniciales, al final, defienden con uñas y dientes sus privilegios. Los hechos que los pongan en apuros les fuerzan. Modelan y matan tanto su voluntad de bondad como la inocencia y fidelidad perruna, a prueba casi de balas, de las víctimas. Aún la de las nuevas generaciones. La máscara social de ambos, poderosos y súbditos, cae al suelo.

Ese es el mensaje, el triste mensaje que encuentro. Un caso más de Sociedad Criminal, S.A. expuesto crudamente por el cine. El pan rancio de nuestro de cada día que mandamases e intelectuales amarillos, tuertos y ciegos venden interesadamente como blando y blanco, y que intento denunciar desde hace décadas.

Las sociedades humanas son monstruosas. Practican el infanticidio diario y sistemático con cada criatura llegada a este mundo infernal. Niños, jóvenes y mayores reducidos por la fuerza física y psíquica a desempeñar el rol subordinado adscrito por el origen, además de por la ignorancia y los afectos chantajistas. Castas de “intocables” a lo largo y ancho del planeta. Meros números… Vean la película. Les dejará un sabor agridulce. Pero como los humanos tendemos a lo dulce más que a lo agrio, al final el regusto será positivo.

La cinta tiene un contenido claramente feminista. Es una fotografía del universo particular de la mujer, que sucede sobre todo en estas sociedades orientales -o en cualquiera donde dominen los varones-. El universo femenino y su gran diferencia con el masculino que es la maternidad potencial.

A los chicos nos cuesta entender las implicaciones que para la personalidad y la conducta de las mujeres tienen el sexo, los embarazos, la contracepción, la maternidad… También el status y roles de cada individuo frente a la sociedad. Los deseos y aspiraciones que “pueden tener” las personas; las ilusiones, el goce, el amor, los vínculos con el ser amado, las prohibiciones o salvoconductos, etc, etc… Todos esos aspectos consustanciales quedan condicionados por la estructura social y realmente el encuentro entre ambas partes, siempre comunicantes, es atroz.  (Leer la obra de Robert K. Merton)

De ahí que, en vez de calificar al film y a la realidad de “comedia humana”, yo la califique de la trágica comedia humana. Y mantengo -optimista- lo de comedia, porque, a Dios gracias, el terror se combate mejor con humor; auténtico anticuerpo frente a los cánceres metastáticos del tenor que tratamos. Hay, sin embargo, algo en ellos al que, sin embargo, los humanos sabemos sacarle jugo, haciendo de tripa corazón. Hasta el punto de que nos hacen reír las consecuencias que se van arracimando trágicas. La impotencia humana las encuentra cómicas.  ¿Es un mecanismo de defensa?  ¿Una muestra de la inteligencia humana? 

Bendita sea, pues, la paradoja. El humor que, junto con las creencias en otros “más allá” mejores y las fugaces experiencias placenteras mundanas, nos permiten crear el mito de que la tierra puede ser el cielo y que contiene “chistes”.

¡Sobrevivir esperanzados!  Así sea durante el breve rato en que percibes la lógica, a veces, caprichosa, de los hechos luctuosos. O los momentos en que olvidas adrede lo que estás provocando. Te dejas engañar creando ficciones como las que inventan el escritor y el poeta; el periodista o el historiador; guionistas y directores de cine… La ilusión de que esto es el purgatorio más que el infierno. 

Quizás sea así. Cada vez tengo más dudas. Por no confesarles, directamente, que descreo.