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De siempre, habría querido saber con exactitud la cantidad de veces que la motivación multiplica las fuerzas normales o refuerza la actitud de afrontar cualquier clase de desafío.

Por alguna experiencia límite vivida, tengo casi comprobado que serán más del doble las energías que se empleen, y parecido en capacidad de resistencia. Y en lo que se refiere a la actitud -una variable más difícil de cuantificar-, hay al menos un caso ejemplar próximo que recuerde dejando claro la gran importancia de la predisposición, de la resolución de alcanzar la meta. Los deportistas, soldados, artistas, exploradores y aventureros e investigadores del estilo de Marathon, Admunsen, Alejandro Magno, Colón, Elkano, Curie, Simone Biles, Stanley... lo han mostrado o muestran diariamente. Caerse y levantarse. Perseverar, tener fe… Lo mismo los casos de recuperaciones cuasi milagrosas que se dan en accidentados u operados graves en proceso de rehabilitación, rescates de náufragos in extremis, etc. Quien resiste, gana.

Pero yo traigo aquí, hoy, un bonito sucedido más. La brillante partida de ajedrez de 2002 en la que Judith Polgar hizo tragarse las palabras de Kasparov, el todopoderoso campeón de mundo, que previamente había declarado no creer posible que las mujeres contaran con la fuerza mental necesaria para resistir la gigantesca presión psicológica de los torneos de alto nivel. Cayó derrotado sin contemplaciones ante la campeona polaca y hubo de desdecirse y mostrarse más humilde en lo sucesivo. Una segunda cura de humildad que tras rendirse también ante Deep Blue II, el ordenador que, definitivamente , en 1996, venció a la inteligencia racional estratégica humana. La menor de sus inteligencias, pues recuerdo que:

la inteligencia lógica es un simple instrumento de los Deseos -conscientes e inconscientes- a quienes rinde vasallaje haciendo lo que le ordenan”.

Inversamente al ánimo incrementado mostrado por Judith o los programadores de la máquina, me pregunto en que porcentaje se reduce el rendimiento por exceso de confianza y, en el caso de Kasparov, por verte obligado a demostrar con hechos tus afirmaciones tan arrogantes como prejuiciadas. Seguramente, Kasparov, pagó con errores el stress de tener que cumplir. El miedo a fallar bloquea o paraliza además de, eventualmente, disparar la agresividad. Como cuando los varones don juanes -perdóneseme el símil-  sufren gatillazos desacostumbrados, o las mujeres soberbias reaccionan con frialdad o vulnerabilidad descompuesta frente al enamoramiento imprevisto o el despecho. Es célebre la frase de la famosa actriz: “Parezco mucho, pero delante de él, soy leche hervida” Nos pasa a todos y todas.

En cambio, Judith, cual la heroína bíblica se sentó a la mesa decidida a cumplir la misión de arrojar al desván de la historia un prejuicio más. Observen su forma enhiesta de sentarse y sujetarse la cabeza. Observen el retraimiento corporal en modo de alarma del ruso. Memorable. Mi generación, mal influida por la educación pacata de roles, ha visto asombrada el progreso en sus capacitaciones. Igual que lo experimentaron los europeos décadas antes. Así pues, toca abrir los ojos al asombro de sus logros futuros en desempeños aun extraños a la costumbre. Felicitémonos de otro certero dicho y extendámoslo: “Tanto monta, monta tanto, Judith como Kasparov”.

Pueden ver el desarrollo completo y el análisis de esta brillante partida en youtube https://www.youtube.com/watch?v=m9g3bwl2cHs