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No es habitual encontrar films vivos y lozanos con 62 años de edad.

Richard Brooks lo consigue gracias a dos aciertos principales:

1) Trabajar sobre textos de Tennessee Williams.

2) Contratar a Paul Newman y Geraldine Page de protagonistas.

Representando a una  actriz  aterrorizada por los primeros planos de cámara que captan con crueldad las huellas en el rostro del paso de los años, Geraldine ofrece un repertorio sencillamente fabuloso con registros dramáticos que recuerdan a las grandes, tal que Blanche en “Un Tranvía llamado deseo”.

Ya sabemos de la calidad interpretativa de él; aunque, aquí, sea ella quien se lleve el gato al tejado de zinc. Tengo pendiente ver la versión de Liz Taylor, pero dudo que la iguale.

La trama es otra maravillosa recreación de las obras shakesperianas que hizo Tennessee adaptadas al Sur norteamericano.

Una delicatessen más con su sello de sabores intensos plenos de actualidad: luchas por el ascenso social, corrupción política, apariencia, vanidades, villanías y noblezas, venganzas… De fondo, los ataques brutales de la sociedad al dulce pájaro de juventud.

Dos fallas encuentro en la película. De haber estado Natalie Wood en el papel de amada, le habría imprimido el sello de  fulgor que requiere. Y agrandado, si cabe, su trágico paso por el séptimo arte. Habría dejado para la posteridad una trilogía excepcional junto con “West Side Story” y “Esplendor en la hierba”, rodadas por la mismas fechas.

Shirley Knight priva al film de la matrícula de honor. Un desacierto de elección a lamentar de verdad. Ningún sex appeal. Ningún duende femenino acompaña a su presencia y trabajo. En la vida real, casi nadie de 30 años, hubiera luchado tanto por esa figura carnal normal como pareja, ni regresado a buscarla. Con lo que la trama pierde sentido.

Escucho a “buenistas y feministas radicales” rasgarse las vestiduras y tacharme de machista por esta opinión mía, pero el magnetismo se tiene o no se tiene . De mil hombres, al menos 500 se partirían el cobre por agasajar a figuras y terrenales con la “charis” de Natalie, Gal Gadot o Claire Forlani… Salvando excepciones, apenas serian 50 los que volverían por Shirley.

Yo desde luego, creo que no me jugaría la vida por ese cuerpo y alma SIN GRACIA.

Sí, ya oigo la condena: Que los dioses me castiguen la inmisericorde osadía superficial. Sentiré resultar cáustico, pero el mundo no lo he creado yo, y bendito sea el que no quiera ver cómo somos y qué nos arrastra.

Por fortuna, estaba Geraldine para salvar ese desastre.

La segunda grieta se debe al Hollywood System de los años 60 empeñado en los “happy ends”. Brooks podía y debió pensar un final doloroso creíble y necesario, luego de haber logrado llevar la obra a éxtasis inusuales en las emociones de los espectadores, raramente alcanzados.

¡Véanla y disfruten del color de las alas y la suavidad del pico y la piel del  dulce pájaro de juventud!

¿Lo recuerdan?