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 LALI  y  EL ROCK & RON

 

…Y callémonos, ahora,

en la fortuna de estar bien heridos;

caídos el uno por el otro.

 

 

«Los celos son crueles como la tumba»

-Salomón-

 

Ya conté en el primer libro de “Manzanas de Hiel y Miel” que, con sesenta años, y por manazas, me vi de repente en mitad de una pista de baile, justo cuando el cuerno de mi menisco izquierdo se rompió. Quizás, fue premonitorio y mi rosal -siempre queriendo ser la novia en las bodas-, si no me los había puesto, estaba en ello. Desde luego, lo parecía, porque el caso que me hacía tras ponérselos yo, era ninguno.

Duele reconocerlo, pero fue así. Durante meses anduve detrás suyo, cual un perro de mendigo, queriendo recomponer el jarrón chino que había roto, sin lograrlo. Más adelante, tal vez, lo cuente con pelos y señales; ahora, baste decir que con sesenta insultos y tacos -nunca mejor dicho, me arrojó cojo a la pista de baile del Rock. Una de las escasas discotecas para dinosaurios, “Alicias y Cenicientas” que existen en Bilbao.

Obviamente, no estaba en condiciones ni preparado para lo que iba a encontrarme, y que, en lo que aquí importa, es el motivo de escribir este relato.

Pese a mi desesperanza actual de hallar allí nueva pareja, mi alma sociológica sí que se benefició de ello.  Es lo primero que voy a narrar. La variopinta jungla de personajes que se dan cita sábados, domingos y festivos en ese local al precio de diez euros con derecho a consumición, es realmente diversa. No hay mal que por bien no venga.

Al alimón con Sofía, una amiga despierta -selectiva como yo- y que, por ello, está siempre ojo avizor de ejemplares de su gusto, hemos elaborado unas cuantas clases de personas que damos con nuestros huesos allí. A decir verdad, cada rato que hablamos descubrimos más y más tipos comunes. Voy a describirlos. Todos tienen su qué que los hace interesantes.

Antes, permítaseme hacer unos apuntes breves pero importantes sobre los juegos de seducción observados, porque reflejan a la perfección las expectativas y comportamientos prevalentes de los dos géneros, dentro de ese espacio-tiempo tan particular:

1º.- Allá donde coincidan humanos, habrá mitos compartidos.

En este caso, y para mi sorpresa, el mito imperante es el de “el cazador”. En concreto, los participantes juegan con la siguiente expectativa de fondo: cazador y cazadora eligen presa y saben esperar.

2º.- Cada parte de una relación atribuirá a la otra, conductas que ella misma practica.

Pero aquí encontramos la primera diferencia sutil. Uno de los lados, el femenino, por lo general, negará comportarse así, mientras que el otro, lo tendrá a gala; en parte porque, será víctima de un engaño que le hará creer que hacerlo de ese modo supone ostentar el dominio.

3º.- Cada parte tenderá a presentarse como perdedora o víctima sufridora.

Por sus características, podría decirse que son un ejemplo de los conocidos juegos de suma cero. En esta ocasión, juegos de dominio donde dos prisioneros de sus necesidades y deseos, quieren ganar; y lo que gana uno, lo pierde el otro. Al menos, esa parece ser la intención racional del contacto inicial. Lo singular es que, sin embargo, no es así, puesto que ninguno conoce, en realidad, cuando gana o pierde.

Pese a su actual denostación social, que lo condena como arcaico y machista, constato que féminas y varones, lo practican en sus actitudes y conductas; y además, lo sacan a colación en muchas de las conversaciones de cortejo preliminar que rodean las interacciones de amistad que establecen. Una observación a fondo de los contactos muestra que se da un intercambio conflictivo de roles, a veces cooperativos, a veces de oposición. La secular lucha de géneros: No sólo los felinos luchan antes de amarse, también los primates… ¡Y los primos!

Explicados muy por encima, los principales tipos asistentes, serían los siguientes.

MUJERES que van a:

1.- Disfrutar de bailar y a nada más. Beber, tal vez.

Este es un caso bastante común. Muchas, divorciadas o viudas, con hijos y nietos, y acostumbradas a la independencia personal. Les cuesta plantearse emparejarse nuevamente, máxime, con varones mandones clásicos; de esos a los que hay que cocinarles y hasta casi, lavarles o vestirles.

2.- Seducir y ser admiradas aún por su belleza, aunque esté declinando.

3.- Que, por fin, un varón, las corteje y se empareje con ellas. Caso de las despechadas, envejecidas o poco agraciadas.

La condición sexual humana limitada por la edad es cruel. Es un tipo de mujer frecuente en discotecas. Lo mismo sucede con los varones prostáticos, jubilados, o en trance de estarlo.

4.- Interesadas, buscando quien las “entretenga”, o las haga progresar, les proporcione la nacionalidad, etc.. Latinas y del Este, sobre todo.

5.- Buscar pareja.

VARONES que van a:

1.- Disfrutar de bailar, bailar para pillar; o a pillar y nada más.

2.- Beber, pasar el tiempo muerto y poco más.

3.- Buscar la madre que les falta. Con frecuencia, divorciados o viudos. Bastantes, despojos de varón, con muchos vicios, empezando por el de la simpleza.

4.- Interesados, buscando quien las haga progresar o les proporcione la nacionalidad. Últimamente, observo más inmigrantes de color. Jóvenes para la edad media del Rock. Buenos bailarines, además. Por ambas cosas, sobrados de éxito. No quiero generalizar. Es una deducción intuitiva, no profesional.

5.- Buscar pareja (bailar es el precio a pagar por encontrarla)

Mi caso, poco frecuente, es este último. Lo complico añadiendo la búsqueda de un ideal de mujer, más propio de los cuarenta años e imposible -o casi- de hallar a los sesenta y cinco. También, como sabéis, un truhan inestable y caprichoso.

Sería prolijo y cansino describir la infinidad de subtipos. Al lector avispado le tiene que resultar sencillo entender que las combinaciones exitosas serán pocas, y que predominarán las relaciones de pasar el rato agradablemente, porque lo cierto es que el ambiente que se respira es de buen rollo y cordialidad.

Las mismas camareras y camareros comentan que somos un público educado y fácil de contentar. Decir, que el personal de barra -como es habitual en la cultura del esparcimiento occidental- es parte del atractivo. Vienen a mi memoria quienes sirven en el pequeño bar contiguo a la pista. Un joven guapo, siempre bronceado, y dos morenas, caramelos de chupar. Sendas figuras a admirar; más, vistas desde lo alto del mostrador.  Seria y despampanante, una, aunque no sé si de plástico. Natural y afectuosa, la otra, quien, por serlo, mereció el siguiente poema personal mío. Semanas después, cuando llegaba, veía que otras camareras me señalaban como al escritor, según pasaba. Indiscreciones humanas.

                                                     

– TABACO  DE  LIAR –

Trigal de candeal, madurado al ron[1].

En la mitad tiene, su camino particular;

la batea rebosante de Machado.

 

Asno Apuleyo,

de Goethe, mefistófeles;

te deslizas por la arena

para comer harina en la hierba;

hembras con anófeles.

 

Quimérico Belerofonte,

No te creas Pegaso.

 

Tu pezuña golpea con ansia

el agua musa en Helicón Rock[2]

Reclama la fuente del ron de los poetas[3]

A Hestia[4], no a Atlas[5]

ni a la Andrómeda[6] bestia.

 

– Rocín sarmiento,

te haces borrico

y te miente la simiente;

miras la uva que no llevó el viento;

vainilla de Madagascar;

casi diría, que tabaco de liar;

de Bonaparte, la criolla Josefina.

 

– Viejo cazador Orión,

males de Goethe[7] sufres;

gota a gota, el agua respiras;

la quieres en tus alforjas delirante;.

su peso en oro y no te arrepientes.

 

Lejos pones tus ojos de Occidente;

Dementes, se llegan a puentes levadizos más allá de Oriente;

grutas de Simbad.

 

– Adán Rocinante; gañán.

Los pozos ves llenos y bebes el vino de sus abanicos.

No es un manzano, ni un membrillar.

Con yelmo de mambrino[8],

acabarás por caminar.

 

En medio, el aliso, el sabinar y el aviso:

Camino Particular

Caso omiso: en él te querrías exiliar.

 

Mambrú, tuviste tus guerras;

y muerto, pero volviste.

¿Qué más puedes desear?

No mires el reflejo de la Medusa[9];

olvídala ya.

 

– A nadie le quito su libertad.

            Derecho tengo, en sombras de higuera,

            el mayo entero, a abrevar.

 

            Y es cierto; a un lado de las olas de música,

            dan las horas en Madagascar y La Trinidad[10].

            Allí están.

 

            Oscuro el dedal donde, los sábados,

            juego minotauro a la gallina ciega.

            Veo a una aletear y cacareo, Romeo.

            ¡Oh, Dioses!, por piedad,

            dadme el hilo del río;

            sin perros Carontes de guardar.

 

Viejo asno,

yerras de  religión,

tu sombra no está en la quimera;

calzas sandalias de pescador;

carne ayunas[11].

 

Orfeo sin Eurídice,

Teseo sin Ariadna[12]

Mirlo Jasón….

Tu vellocino es negro[13].

 

– Maga Medea,

            embriaga a mi Dragón.

            La Esfinge no me confiará su secreto.

            Si la miro recto, me petrificará

 

Consulta, Buda[14], el Corán.

Para ti, no hay vals ni foxtrot;

disfruta los abanicos de limón y bachata;

bajo el árbol del Coral,

oye el Rock and Roll.

 

Pregúntale a la Esfinge,

por qué tus lunas son de trigo candeal[15].

 

No es un nogal.

No es un cerezo;

se pregunta el membrillo cuando sale a bailar.

Y el desvestido eucalipto dice:

Es el árbol del pan[16]

 

Yerras la trova, Orfeo

no son sus higueras, la madriguera;

disfruta la libertad,

en el Hades, la perderás.

 

Blanquean tus mimbres;

trizas han hecho del tronco y almadía;

Tiza, mirlo de jardín y pollino de huerta;

debes quedarte a la puerta;

guardar la primavera.

 

-Yerras tu norte, Perseo;

ella está en Andrómeda

y tu volviendo de tu viaje a Alfa Centauri.

De nuevo en la casa láctea[17].

 

Estás seco.

Mira el sarmiento.

Se hace borrico[18] y te miente la simiente.

La uva es la serpiente.

Y tu, veneno le pides de beber[19].

 

******

 

Marinos le quedan a Castilla.

En la noche de suelos sin polvo,

nómadas lobos detrás de la cierva infinita que huye.

 

Moradas de arcilla y agua, recuerdan;

el rastro de un barco de vapor,

“la reina de Africa”,

La estrella contra la catarata.

 

Lleva en los ojos tallada la Cruz de la paz,

la espada Crisaor[20].

 

Con ese peso de onzas de oro en las pupilas,

le enciende la mansedumbre y lo vuelve ñoño.

No corre el lobo ni come.

Se sienta a esperar.

Era su tabaco de liar.

Un placer que bien entenderás…

 

Ladra la ausencia del mar y la esmeralda,

Anclas de palabras echa a la luna,

y su furtiva pisada, labra semillas en la carne.

 

                                                              –20 de Abril

 

 

******

 

Su barra de labios es de humo;

de antimagia, alargada chistera.

 

Sopla en los ojos las velas,

araña los versos,

y no navegan.

 

El cuerpo es de ultramar,

hecho de exprofeso demandas[21];

las manos de un sol profesional anhelan,

que emplea agua tibia en la carne de alquitrán de la terraza.

 

Un Staedtler[22] del número diez[23],

rueda, sin querer,

sobre la piel, pensando;

suave como un pensamiento;

Escribe la caricia.

                                                       -8 de Mayo-

 

LALI. SABADO 1º

Estos casi cinco años yendo, han dado para mucho y para nada. Conforme pasan los meses, las cada vez más abundantes calabazas han ido poniéndome los pies en la tierra indicando que mis tiempos de gloria física han pasado. Lo mismo que los de gran parte de las mujeres que acuden allí. No diré que me coge de sorpresa. El espejo lo hacía ya evidente. Pero, aún y todo, confiaba en hallar un ser de cincuenta y pocos que me devolviera la ilusión de convivir con una compañera grata y unos años de renacimiento amoroso activo.

De la media docena de veces en que estuve a punto de lograrlo, va esta narración. Las dos relaciones que fructificaron allí, tienen su capítulo propio en este libro. En concreto, los relatos titulados: Amórica y Guillerma Tell.

No merece la alegría, detenerse demasiado en narrar otros intentos fallidos. La sustancia que justificaría tener que escribir de ellos se extinguió prontamente. Tres que prometían merecerlo, no cuajaron por distintos motivos.

La primera, porque la conocí justo cuando se emparejó con un apreciado amigo mío; y yo procuro ser un caballero, aunque no siempre lo consiga. Me limité a responder a su chica que, en un breve intervalo que estaba sola, me pregunto:

  • ¿Cómo es que casi nunca bailas, Xalbador?

  • Es que la única mujer que me gusta de aquí, sale con un amigo mío

  • ¡Ah! ¡Vaya!… ¡Lo siento! ¿Y por qué no se lo dices? ¡Quién sabe!

Pareció no darse cuenta de que me refería a ella… Quizás, su pequeña vanidad, que también resulta bonita, buscaba mi declaración. Sé que le gusto. Halagos así, se agradecen. Sea como fuere el Martin Pecador, calló cuanto pudo. Seguro que los ojos hablaron por él. Por el trato que brinda, intuyo que lo sabe. Incluso, mi amigo. Afectivo, siempre, me da entrada cortés a su círculo. Respetuoso, suelo preferir mantenerme a prudente distancia. Que estas armas las carga el diablo.

La segunda posibilidad de relación vino a estropearla mi sino con el rosal. Nunca viene a este local. Creo que por dos razones. Para no cruzarse conmigo y porque su orgullo, más que su pudor, no quiere que la vea en el mismo estado en que me encuentro yo: de aquí para allá, buscando nueva pareja.

El caso es que, por desgracia, la única ocasión en que apareció por allí un sábado, me halló bailando con una preciosidad que me había sacado a bailar. Una rareza. La sintonía era real. Todo iba sobre ruedas. Orangu, asentía, por lo bajini, su aprecio por la muchacha. A la que fue mi rosal, no debió gustarle verla, tanto como a mí. Se puso a mi lado y me afeó con el bofetón de pedirme en alto y en directo que teníamos pendiente quedar para hablar de la mejora de la pensión.

  • No creo que sea este el lugar de hablarlo.

  • Es un momento tan bueno como otro cualquiera. De paso, esta señorita sabrá con quien está bailando.

La gacela rubia con la que bailaba, no estaba preparada para defenderse de la salvaje búfala con saliva de dragón de Komodo, además de espinas y pezuñas. Mudó a blanca:

  • Mejor os dejo solos y lo habláis. Disculpadme.

Hasta hoy. Se fue del establecimiento y no ha vuelto a aparecer. Tampoco el rosal. Cosa que ahora agradezco, aunque mostrara maldad, o, tal vez, que “donde hubo fuego, brasas quedaron”.

Tengo que analizar los ejemplos que hay en la Naturaleza de no competición por el derecho a copular. Eso que ahora llaman Poliamor. No dudo que los haya, pero entre mamíferos, al menos, predomina el principio social del tercero excluido. Lo que no significa que, en privado, sea un hecho común. Lo reflejan miles de escenas y sucesos. Como estos diálogos de la película “Lejos del Mundanal Ruido”. La protagonista, ama a tres hombres; y su marido, a varias, también.

ESCENA 1ª.  Entre Betsabé y su marido, sabiendo que ha quedado con otra:

  • ¿Estás arrepentida de haberte casado conmigo?

  • Me arrepentiría si quisieras a otra más que a mí. ¿Quién era esa que estaba contigo?

  • Nadie, nadie. No debes desesperarte.

  • Me voy tengo que irme, tengo que irme.

  • Quiero que te quedes.

¿Esta clase de reacciones, desaparecerían si no existiera el patriarcalismo? Las cosas no existen porque sí. Cabe preguntarse si el mismo patriarcalismo es una consecuencia lógica de fuerzas primariamente biológicas que acabaron deviniendo en cultura. Siento no conocer las respuestas.

De entonces acá, poco a poco, aumenté la rutina de frecuentar el Rock todos los sábados que puedo. Debo darme prisa, porque el arroz se pasa. Las dos o tres horas que estoy, me sacan del pueblo y me llevan a la ciudad. Ayudan a desconectar. Llego a Bilbao sobre las siete. Solo, o en compañía, a veces, de la pequeña cuadrilla de Tell, en la que me integré, paseo un rato o hago unas compras. Luego tomamos algo en el Baden Baden, el restaurante de quedar de la zona. Hacia las nueve, pago religiosamente diez euros y entro al barullo, media hora antes del agarrao. Tiempo que permite otear el género. Permítaseme la vulgar expresión.

Lo normal es que cada sábado vea dos-tres féminas de mi gusto. A partir de aquí, me vuelvo cazador. Cumplimento todo el cuestionario clásico del acercamiento. Me fijo en cómo viste, baila y se relaciona. Averiguo si bebe fuerte, etc.. No me gustan las que beben mucho, ni las ostentosas o histriónicas. Esas que levantan los brazos como posesas cuando suenan las canciones de Enrique Iglesias o Mónica Barranco: Cómo Te Atreves a Volver; Sobreviviré, etc.. Particularmente, prefiero las que saben mover el abanico con donosura.

Saco todo el arsenal observatorio de mi profesión. Escaneo y analizo. Parezco un procesador Big Data. La prueba final consiste en estar atento a si sale fuera a fumar -condición excluyente, por muy atractiva que sea la chica-. Veo cuál es su actitud de búsqueda: activa o pasiva. Me acerco y compruebo si se fija en mí o me mira bien. Si las conclusiones se acercan al notable, aprovecho los escasos momentos -no todas las noches surgen- en que quedan sin española al lado, o sin macho pegado, para preguntar si le apetece bailar… Esto que explico, puedo conseguirlo hacer una vez cada dos sábados. Es así que he empezado pequeñas relaciones con una docena, sin que hasta la fecha hayan fructificado. Unas veces porque ellas no continuaban, y otras, porque las paraba yo. Lo normal.

Mis experiencias más habituales las tengo con mujeres, razonablemente, algo más jóvenes. Agradables de trato, pero que -hasta la fecha- no estimulan mi libido; a menudo, porque las encuentro simples o incluso vulgares. Una limitación ésta, que me ha acompañado siempre, impidiéndome continuar con relaciones a priori interesantes. Otro defecto mío: por lo general, rehúyo las de mi edad, salvo que las encuentre sobresalientes.

La tercera posibilidad real de relación que tuve es la que ha motivado este relato. De las pocas que Orangu aprueba, junto con mis ojos y razón. Sucedió hace escasas fechas. Ojeando la pista desde fuera, ya bastante tarde, volví un instante mi rostro a mirar en las mesas de detrás. El fogonazo fue de alumbrar la oscuridad. Me alcanzaron los ojos estelares de un cisne rubio. Los sentí acogedores de verdad. El impacto fue mutuo. Me dije:

  • ¡Sobresaliente! ¡Ésta, sí!

A partir de aquí, me puse en estado vigilante. Estaba con una amiga. Salieron a bailar. Cuando Sofía se acercó, le dije:

  • ¡Vaya dos intelectuales! Pasamos más tiempo mirando que bailando.

  • Tú desde luego que sí. ¿Qué tal va tu menisco, ese que pones de excusa para no bailar conmigo?

  • Está mejor. No, como para dar trotes sin ton ni son. Ya me conoces. Me reservo.

  • El típico cazador. ¿Eres cazador?

  • Como ven, volvió a salir el mito.

  • No te lo creerás, pero sí. Afuera y aquí. Ya sabes que pienso que somos parecidos. Tú, en mujer, aunque lo niegues.

  • Te equivocas. Para mí ligar es secundario. Además, creo que les doy miedo.

  • ¡Qué va! Quizás, es por eso por lo que te piden poco baile. Notan que en realidad solo quieres bailar y algunos lo que queremos es otra cosa. Bailar es el precio a pagar por ligar.

  • Demasiados hay que van a lo que van…

Una vez más surgían los esquemas mentales de que hablaba al principio del relato. El estereotipo del macho follador. Ya sé que existe, pero discrepo que sea el mayoritario. Tal vez me equivoque. Puesto que a bastantes ejemplares no hay por dónde cogerlos. Lo curioso es que nunca les he oído decir de alguna de las que se ven allí que sean busconas de un rato. Y doy fe de que haberlas haylas. Un hecho éste, que a ellas les cuesta reconocer, pese a que vender el cuerpo sea de los oficios más antiguos de la humanidad; y más aún, el deseo de gozar. No entro a valorar la bondad o maldad de esas prácticas, Únicamente, resalto que somos parecidos. Odio el ventajismo simple de mostrarse como puras y tacharnos de villanos traidores a los varones. ¡No cuela!

Estar enfrascado en esta conversación y pensamientos con Sofía, me distrajo. Perdí de vista a Eulalia -así se llama el cisne-. Me pasa a menudo. El gentío de dos cientos de personas bailando apretujados en setenta metros cuadrados dificultaba visualizarla. Menos mal que ella no me había perdido de vista a mí. Por el rabillo del ojo vi que estaba a pocos metros, en la balaustrada con su amiga y atenta a mi presencia. La sorprendí mirándome. Su calidez, volvió a hacérseme evidente. La invisible Serpiente Solar nos unía con imán. Me decidí y la abordé justo cuando se dirigían a la guardarropía para irse.

  • .. ¿Os vais ya?

  • Sí, queremos coger el metro.

  • ¡Cachis! Ahora que iba a pedirte baile…

  • ¿Cómo te llamas?

  • Xalbador

Mientras su amiga pedía las prendas, le dije:

  • A ver si puedes venir el sábado que viene

  • ¡Claro! Vengo poco, pero…

No me dio a tiempo a más. Soy tímido para hablar de estas cosas en presencia de terceras personas. Salieron. Pude fijarme en lo que había entrevisto antes en la oscuridad. Alta y proporcionada. Piernas esbeltas. Senos copiosos. Perfecta.

En eso estaba, cuando camino de recuperar su abrigo, aparece una niña de rasgos aún más bellos, que no había visto en toda la noche. Menos de 40 años. Cristina de nombre. Más bajita, pero igualmente grácil. Desconozco si hay alguna con tal bautizo fea o insípida. Todas son vivas y atractivas.

  • ¿De dónde sales tú? No te he visto hasta ahora.

  • ¡De bailar! -dice luminosa-… Aunque no me gusta. Vengo por venir.

Mi cabeza se puso a pensar con rapidez y se habló a sí misma:

  • El sábado que viene: ¡O una u otra!

  • ¡Ven el sábado que viene, ¿eh?!

  • Ya veré.

De nuevo, mi sino… Posiblemente, esta perla sea demasiado joven para mí. Pero me encanta que no le guste bailar. No estoy yo para brincos y brincos.

LALI. SÁBADO 2º: El Gilipollas

El subtítulo tiene un enigma que el lector podrá descifrar al final. Conocer cuántos gilipollas se dieron cita el sábado siguiente, que ya mismo, comienzo a explicar.

A veces pienso que si mi sombra cayese sobre alguien lo aplastaría. Entré antes de la hora habitual, deseoso de averiguar cuál de ambas féminas había venido. El local atestado. Mi cabeza pensaba en Lali.

Una primera vuelta no dio resultado: ni una ni otra.  Pero en esto, que percibo el movimiento inconfundible, por grácil, de Cristina saliendo de la pista y pasando junto a mí haciéndose -creo- la despistada. ¡Bingo! Al menos, una.  No vi que hiciera nada y en seguida volvió al círculo central, feliz dando saltos con amigos y amigas tan jóvenes como ella. Su vitalidad, de dar envidia, y su actividad con unos y con otras, delataba que andaría cerca de ser la reinona del grupo. Suele pasar con las guapas. Después de las vergüenzas de la pubertad, la mirada complacida del hombre las hace extrovertidas. En ocasiones, lo contrario: la menos agraciada es la que se da a notar.

Me miró un par de veces. No es difícil verme porque a medir metro ochenta hay que añadir que soy un poco pasmarote y me fijo mucho. Escudriño tipo búho, dado que hay falta de luz… y acumulo presbicia. Me quedo quieto en las balaustradas; y aunque tiendo a retirarme un poco buscando un mínimo de discreción, se me ve a la legua.

Para variar, se mostraba de lo más cariñoso con un plúmbeo galán del que no se soltó cuando empezó el agarrao. Transcurrieron los minutos y siguieron igual. Mi gozo en un pozo. Comencé a dar la tarde por perdida. Pero, hete aquí que, de repente, en una esquina veo al cisne bailando con su amiga.

Ha venido vestida para matar. Bastante más arreglada que la semana anterior. Una blusa dorada carenada adelanta sus levas monteras. Falda de tubo negra con salpicados de orlas brillantes. Las manos de Sevilla. El pelo recortado y pegado a su rostro, estilo francés. Su uno setenta de estatura convierte en olas los movimientos. Un espectáculo para muchos ojos. Misterio que estén solas con la cantidad de buitres que alberga el local.

Desde fuera le hago gestos de saludo animándole a que salga. Me corresponde instándome a su vez, gestualmente, a que entre. Niego con la cabeza que vaya a hacerlo y le insisto en que venga. Para mi complacencia lo hace:

  • Hola, Xalbador.

  • Hola, Mademoiselle, No te había visto.

  • Hemos estado al fondo.

  • ¡Vaya! Para un día que no voy por allí…

  • ¿Entras a bailar con nosotras?

  • Gracias, Lali. No me veo… Está tu amiga…

  • No importa.

  • De verdad, prefiero esperar. No soy buen bailarín.

  • Vale, como quieras. Luego estamos.

Minutos después, me auto-animo a entrar. Y bailo como puedo, con mi estilo sesenta y ochesco característico, escondiendo la cojera. Al poco, suena una bachata y me coge por la cintura.

  • Ya te llevo yo.

  • OK, a ver cómo nos apañamos.

El comienzo es un tanto desastre, pero logramos acompasarnos. Ciertamente, sabe bailar. Maldigo por dentro la inseguridad de ritmo mía.  A un palmo, es todavía más hermosa. Dudo que tenga los cincuenta.

Hablamos de dónde somos y qué hacemos. Comenta con timidez que es de Plentzia y cuida a una señora, para variar. Tengo la impresión de estar delante del “rosal”. Parecida alegría y la misma sonrisa de seguridad. La misma falta de profesión.

  • ¿And you, de dónde eres? ¿Qué haces?

Me hago un poco el interesante -cada cual pelea con lo que tiene- y le pido que adivine mi profesión. Muestra su viveza cogiéndome la mano izquierda y tocándomela con detalle:

  • ¿A ver? ¡Mecánico, no eres!

  • Já, já. Muy aguda.

  • .. ¡De banco!

  • Frio, frio.

  • ..

  • Sigue frío. Te daré una pista. Estoy entre libros.

  • ¡Encuadernador!

De cuando en cuando, en gestos espontáneos, mesa con candor mis cabellos. A Cristina le da por hacer el tren y encabeza un convoy de danzantes que atraviesan la pista, Pasa junto a mí, medio empujándome. Bajo la vista. Bastante tengo ya. Voy a decirle a Lali lo que soy, pero la pieza termina y su amiga se nos acerca rauda:

  • ¿Qué vas a hacer, Lali?

  • Te presento a mi amiga Aurora, Xalbador…

  • Un placer. ¡Encantado!

  • ¿Qué hora es? -pregunta mi ligue-

  • Casi las once.

  • ¿Te parece que estemos un rato más?, le dice a su acompañante.

  • ..

Viendo que la compañera desea irse, me separo un poco del cisne para integrar a Aurora con nosotros. Después, opto por dejarlas un rato a solas a fin de que hablen y vean qué quieren hacer.

  • Disculpadme, voy un momento al aseo.

Cuando salgo, son tres los bailarines. Se ha añadido un calvito cincuentón que está dándolo todo con mi rubia. Su amiga, bastante al margen, debe estar harta de que le pase esto. Dudo que -salvo de rebote- algún chico le haga caso estando Lali, que me hace un gesto como diciendo:

  • Se ha metido aquí.

Reparo en que es el que nos miraba desde la barandilla mientras bailábamos la bachata. El fulano se desentiende de todo lo que no sea el cisne. Se le coloca a un palmo y ni nos mira al resto. Sigue entregado a la causa de hacerle moñadas. Para mí disgusto, ésta se las corresponde, no sé si por seguirle la corriente o porque no le desagrada.

Mi sino. Los moscones impertinentes y desconsiderados que se saltan a la torera las reglas no escritas de respetar al varón llegado antes que él. Le ha faltado tiempo de entrometerse en cuanto me ha visto ir a los servicios. Es animoso y bien parecido. Seguro de que sabe que está haciendo mal, le echo una mirada de advertencia, dando margen a que deponga su actitud. Me digo:

  • Tranquilo, Xalba. No te alteres. Confía en la dama. Sabrá lo que hacer.

Pero el calvo rapaz éste, sigue emperrado. No me extraña, claro. En esto, que Lali se gira a hablar con un conocido. Momento que aprovecho para plantarme delante del intruso hijo de p… y decirle:

  • No sé si te has dado cuenta de que con esta mujer estoy yo. Si quieres tienes a la otra…

  • ¿Qué dices?

Va a replicarme, cuando veo que Lali vuelve a incorporarse al grupetto. Como el cabrón ya ha oído lo que le he dicho, me retiro bailando tal que nada. El listillo se da por enterado y se aparta. Nosotros seguimos bailando. Pero la císnea ha percibido la tensión.

  • Un listo que no respeta las reglas, le musito.

  • Ya, pero es a mí a quien corresponde hacer lo que considere: Que sepa, tú y yo, no somos nada, todavía.

  • Voy a por la ropa, dice la amiga, con buen criterio, dejándonos hablarlo.

  • Mira, Lali… Me gustas mucho. Mucho, mucho. Este pájaro es “un caradura” que nos ha visto juntos buen rato y ha aprovechado mi ausencia para entrar a saco. Conoce cuáles son las maneras correctas de optar a estar contigo. Podría haberte dado su teléfono o lo que fuera mientras yo estaba en los aseos y esperar a otro día. Sólo le he dicho que, si quería, bailara con Aurora. Si no te parece bien, lo siento. No voy a permitir que tontee contigo delante de mí.

  • No es eso, Xalbador. No quiero malos rollos. Bueno, tengo que irme.

  • ¿Todavía quieres darme tu teléfono?

Temo que va a negarse, pero:

  • ¡Sí! Es el XXXXXXXXX. Mejor coges un bolígrafo y lo apuntas.

  • No lo necesito. Ya lo he memorizado. Os acompaño. Perdona, Lali. Es que me ha recordado la fea costumbre de mi hermano mayor. En cuanto te dabas la vuelta, intentaba pisarte la chica.

Los nervios me juegan una mala pasada. Al verla vestirse una manoletina entallada que la sublima, olvido las tres últimas cifras. Subimos la escalera de salida y ya fuera, me veo en la necesidad de decirle.

—A ver, dame el número otra vez, porfa.

El aire fresco parece devolverle a una realidad que no le agrada y titubea.

  • Es la última vez que te lo doy.

Equivoca adrede las tres últimas cifras repitiendo las primeras. Ingenuo de mí, no reparo en la mentira. Le digo:

  • Capicúa

  • Sí, eso es.

  • Bueno ya nos veremos por aquí, sentencia, cortándome toda posibilidad de llamarla antes.

  • Vamos al metro. ¿Dónde vas tú?

  • Muy bien. Hasta pronto. Voy a por el coche.

Su actitud ha girado 180 grados. Me da puerta sin dudarlo. A los pocos pasos caigo en la cuenta.

  • ¡Qué cabrona! Ha cambiado el número.

¿Recuerdan ahora la adivinanza que les ponía al principio? ¿Cuántos gilipollas hay en este relato? ¿Uno o dos?

Igual hay tres, si la incluyo a ella. Me pregunto si será como mi rosal; porque, desde luego, me la está evocando; y no es solo por el físico.

  • La semana que viene lo sabré.

 

 

NO SOY INMUNE

 

Sabes igual que yo que la serpiente solar nos mordió a los dos.

 

A mí me alcanzó el costado desacostumbrado.

A ti, los ojos acostumbrados.

 

No, císnea.

No soy inmune a tus “caballos” dorados y esos ojos de vino rosado.

Ni a tu boca de ébano banqueado.

 

No soy inmune a la danza nómada del junco en el altar manoletino,

los hombros estatuados de coral, y sujetos torso y rostro atrás.

 

No soy inmune a tu cintura de tubo abierto sobre los muslos.

A tu gesto de madre enguantada con misal,

“Inma, la dulce”, ataviando el rostro del niño:

al templo ha de entrarse bien vestido.

 

Sí. Ya lo sé.

Aún no soy inmune al intruso descortés,

aunque pueda entender su salto a la pista seduciendo malabarista.

Es infrecuente un número de baile con císnea “azul tigresa”.

 

Pero debió prever que el tigre defendería su territorio

y saltaría sobre él, ¡A morder!

 

LALI. SÁBADO 3º

Pasó de mi como de la M… Otra vez vino, pero para cuando llegué ya estaba disfrutando del brazo de un fabuloso bailarín que la trasportaba en volandas a su mundo de princesa. Obviamente, el galán sesentón la sabía llevar. Le iba como anillo al dedo, dado lo bien que bailaba. La movía cual un profesional llevándola al altar. Recorrían la pista de lado a lado, y de forma igual levital.

Su amiga se apartaba con discreción, pensándose siempre la Cenicienta. De vez en cuando, me miraba o hablaban entre ellas. Yo, a veces me escondía como podía; y otras, me resistía poniéndome casi a su par. Esperanzado en que el rayo sentido la decidiera a cambiar de pareja. Pero, entonces, apartaba la vista y seguía ensimismada danzando su vals. Angelical, tomaba el rostro de él con la calidez con que dos semanas atrás tomaba el mío. Entre chicos solemos hablar de los indicadores que muestran si una mujer está receptiva. Ésta lo está. Lástima. Entre el gilipollas aquél y mi gilipollas interior, desperdicié la oportunidad que algún dios compadecido me dio.

Sofía me dice:

  • ¡Huumm!, si le gusta tanto bailar, dudo que sea compatible contigo.

Casi cierran el local. Los vi salir al final, final, e irse a reponer el azúcar y las sales que habían gastado. La carabina auroreando en medio. Nada que objetar. Hay que saber perder. Descubrí que la serpiente solar puede escurrirse.

Pareces tenerlo claro. Por lo que veo, tu deseo favorito es ser sacada a bailar. Bailar, bailar, bailar. No debo entrometerme.

Por mi parte, lo tengo claro. Rival tras rival. No tendría edad. Ni me gusta tanto, ni podría competir.

“Quitarse el escudo es el primer paso para ganar una guerra”

-Elvira Sastre-

Por los pantalones ingleses, que resaltaban su precioso pompis, reconocí que es una reencarnación en maléfica de La Toñá, cobrándose mi desdén. En la selva todo está conectado: lo que haces se te devuelve en pago. Lean también ese relato.

[1] Virginia.

[2] La discoteca de Bilbao.

[3] Donde el mítico caballo Pegaso golpeaba con las patas, brotaba la Fuente de las Musas: la inspiración.

[4] Diosa protectora del hogar.

[5] Atlas negó la hospitalidad a Perseo.

[6] Diosa de la vanidad.

[7] Un Goethe, ya anciano –setentón avanzado- se enamoró perdidamente de una doncella y quería casarse con ella.

[8] Mambrino: El diablillo que le hace a Don Quijote ver visiones, ilusiones..

[9] Mito de Medusa: mirarla dejaba petrificado.

[10] Metáfora: ver  a Virginia en la barra del bar de la pista es como ver a “La Trinidad”; al Caribe…

[11] Como Apuleyo, el asno de oro que, finalmente, renunció a los placeres de “la carne”.

[12] Los varones del mito sin sus correspondientes damas.

[13] Cabello y ojos negros de la protagonista del poema.

[14] Ironía.

[15] Me gustan los cutis morenos.

[16] Alusión a su juventud rebosante.

[17] Vía láctea.

[18] Insensato.

[19] Metáfora de Virginia, una joven mujer  -tentadora para cualquier hombre- a la que pido de beber ron todos los sábados. Nos entendemos bien. Punto. Una Hurí. Me agradaría ser recibido así y por alguien así en el paraíso.

[20] Mito de Perseo.

[21] Pedidos personalizados de productos: sabores, especias…

[22] Marca de lápiz.

[23] La clase de mina más blanda que se fabrica.