A PROPÓSITO DE LOS MISTERIOS. LA SEXUALIDAD FEMENINA Y LA MASCULINA. LUCE IRIGARAY et al.
La mirada ciega de mirarse mirar;
Las palabras, guantes grises, polvo mental sobre la yerba,
el agua, la piel;
Nuestros nombres, que entre tú y yo se levantan,
murallas de vacío que ninguna trompeta derrumba.
-Octavio Paz. “Más allá del amor”-
Tentado estoy de rogar que dejemos en paz a los misterios. Que está muy bien donde están y manteniéndose indescifrables. Si no lo hago es porque, paradójicamente, los necesitamos como luces para orientar nuestro camino en la noche de la ignorancia. Vislumbrarlas en la lejanía de las preguntas incontestadas, nos impele a continuar caminando eternamente. Pero créanme que conviene descansar a ratos. Andar tramos con el piloto automático. Tener sexualidad sin preguntas. Retornar a lo sensitivo instintivo. Dejar de pensar y abandonarse a las sensaciones. Hace años que elegí esa opción y resulta estupenda.
Son los tiempos revueltos mediáticos y políticos los que me han “casi obligado” a retomar la reflexión acerca de qué son la masculinidad y la feminidad; a sabiendas de que abordarlo es ocioso e inútil de por más. Así y todo, vamos a ello.
En el 2023 quedan pocas dudas de los errores, limitaciones y fabulaciones de muchas de las teorías de Sigmund Freud. Lo mismo que le reconocemos grandes aportaciones. Parecido sucede con Jacques Lacan. Ambos, teorizaron en épocas ya distantes; 1930 y 1980, respectivamente. Además, fueron bien criticados por autoras feministas de renombre de ser tributarios de su condición de varones. De todas ellas, encuentro especialmente inspirada a Luce Irigaray, plenamente vigente y prolífica. Recomiendo encarecidamente leerla junto a Graciela Musachi, Marcelo Barros, Juliet Mitchell o Julia Kristeva. De esa forma, es factible elaborar síntesis equilibradas. Las últimas citadas, destrozaron los paradigmas falocráticos anteriores. Forzaron al mismísimo Lacan, discípulo hereje de Freud, a rectificar e introducir importantes modificaciones a su obra, y matizar la famosa frase “La mujer no existe”. Julia y Luce dejaron claro que la teoría pura de la sexualidad que mantenían los gurús fundadores del psicoanálisis tenía demasiado de palabrería masculina. Reclamaron con parte de razón: “reescribir el cuerpo femenino, donde el goce se encuentra en el erotismo de las caricias vaginales, los pechos, el tacto vulvar y la entre abertura de los labios” (Irigaray) Bien es verdad que esto es calificado por Lacan de voluntarismos racionalizadores puestos en marcha por los deseos inconscientes. Un retorno al concepto superado de “la anatomia es el destino. Apelan, dice: “del inconsciente a la voz del cuerpo, como si precisamente, no fuese del inconsciente de donde el cuerpo cobra la voz (Lacan 1972, 488)
Refiriéndose al feminismo actual más en boga, comenta Graciela Musachi: “¿Por qué la autoridad de la madre es mejor para las mujeres que la del padre, cuando no faltan testimonios de lo que puede llegar a hacer una madre con su hija? Porque es la única referencia que tienen para definir lo que es una mujer… ya que este feminismo de la diferencia hace a todas idénticas entre sí y diferentes del hombre por el milagro de venir de un cuerpo semejante. Retorno a la segregación invertidad” (Musachi, 2001. 53).
Noelia García Neira lo aclara en su acertado artículo “Lo femenino en debate”: Entonces en el feminismo de la diferencia, ya no se trata de la conquista femenina de los mismos derechos, placeres,trabajos, etc.. que el varón, en un intento de de equiparación entre los sexos; sino de marcar una diferencia radical con lo masculino; pero no en el sentido llano de la diferencia, sino cargado de una lectura imaginaria que cree que una cosa es superlativa a la otra. De esta forma, el prejuicio se invierte y se convierten en las victimarias de aquello que denuncian abogando por una unión lésbica en lo homo, en tanto igual, y rechazando o acusando de violencia aquello que no pertenece a su parroquia, aunada bajo el halo y el cuerpo benevolente de la madre nutricia. Cuestión que, por ejemplo, vemos llevada al extremo de la sátira en la obra del director Alex de la Iglesia: Las Brujas de Zugarramurdi.
Ayer vi un documental en el que una ya achacosa egiptóloga británica, pincel en mano y con la espalda, cadera y pulmones martirizados por décadas despolvando inscripciones jeroglíficas entre guijarros milenarios, se afanaba en encontrar el modo de descubrir el nombre de pila de cada tallador egipcio, convencida de poder desentrañarlos a base de localizar “su firma de trazo característica” entre los millones de trozos dispersos por suelos y paredes de las excavaciones. Obviamente, su grial particular.
Viene esto a cuento de que percibo un empeño quimérico semejante en tratar de acotar al milímetro las categorías de lo normal y anormal de la sexualidad humana, tipos y géneros. Quizás me traicione ser del sexo masculino y esa clase de constancia arqueológica sea prevalente en el sexo femenino. Permitan la ironía. Tales esfuerzos me recuerdan siempre al oficio de inspector de nubes. Tan digno como ocioso. Ni juntando diez milagros sería posible lograr lo que pretende. Pero que cada cual siga su camino.
En lo que se refiere a las disquisiciones sobre la variabilidad sexual humana, siendo, como parece, que tenemos ejemplos a miles que lo corroboran -lo mismo que lo falsan-, lo cierto es que el juego infinito entre los significantes sociales fundamentales (la palabra) y los significantes biológicos (diferencias anatómicas: vagina, pene, piel, peso, etc…) dan lugar a múltiples adaptaciones individuales.
Obcecarnos en calificar a unas de normales y a otras de anormales, no deja de ser, en ocasiones, sino ejercicios interesados de poder, y en otras, fruto de rigideces mentales compensatorias de tensiones psíquicas particulares o hábitos intelectuales de categorización sadomasoquista rayanos con la necesidad de orden. Diría que toda la historia recorrida de humanidad debería habernos bastado para deducir lo infructuoso y trasnochado de tales diatribas. Misterios tipo el huevo y la gallina, que resistirán hasta el fin de los tiempos. Y lo harán, pese a nuestra pulsión adaptativa de encontrar taxonomías regulares y patrones universales de conducta.
Sé por tanto -como les digo- de lo baldío de estas reflexiones. Sirvan solamente a título de encomienda que me hago y extiendo a Vds. No quisiera que ocupen las últimas décadas de mi existencia terrenal. Bastantes energías les he dedicado ya. Las concretaré a modo de conclusión.
Es llamativo que más de un siglo después de nacidos Sigmund Freud, Melanie Klein o Jacques Lacan, sus aportaciones sigan siendo los principales focos de debate y discusión al respecto de qué son la mujer y el varón, y cuál es la naturaleza y características de sus encuentros. Tal circunstancia aboga por dar valor a algunas de sus controvertidas tesis; pero no demasiado. En especial, sus teorizaciones sobre el Complejo de Castración, la Envidia de Pene o los Complejos de Edipo y Electra, así como la Cesura entre Goce y Lenguaje que escinde todas las personalidades. En el fondo, muestran que llegaron a estar cerca del inicio del ovillo. Complementadas o corregidas y ampliadas después -bien es verdad- por las aportaciones de las discípulas posteriores que les he comentado: Luce Irigaray, Juliet Mitchell, Julia Kristeva, etc.. que las matizaron, criticaros y reemplazaron en parte.
Hoy día, existe consenso en que las eternas “fallas” entre pulsión y represión; lenguaje patriarcal y fusión materna; consciente e inconsciente, etc… son generadoras de deseos infinitos insaciables y dinámicas sexuales multiformes; incluso, de las construcciones sociales de género. Imposible aspirar a tipos universales y fijos más allá de la media docena de los ostensibles y conocidos. Esto es, las orientaciones relativamente prevalentes: heterosexualidad, homosexualidad, bisexualidad, etc.. así como las disforias de sexo. El campo exclusivo de lo binario está siendo crecientemente trascendido y normalizado; en Occidente, al menos.
Sin embargo, lo cierto es que, paradójicamente, bajo paraguas de victimismo, y bautizándolo de “igualdad”, se sigue “vendiendo” el dualismo desigualitario, cuando son bastantes los indicios de que algo hay de verdad en aquellas primeras teorizaciones de Freud. La mujer -según la psicoanalista feminista Juliet Mitchell-, afectada por la carencia de pene, que inconscientemente considera un error de la naturaleza, exige privilegios e inmunidades (“tratamiento de pedestal”) para compensarla por la supuesta inadecuación biológica (Mitchell, 1976, p 103).
Si no fuera porque las consecuencias son palmariamente nocivas para los incautos que se crean a pie juntillas las construcciones teóricas LGTBI+QE+++++++ hasta el infinito, o los sesudos asertos psicoanalíticos, tendríamos que aplaudir la originalidad de los cuentos que para atraer votos hacen los supuestos comunistas en cualquier país del mundo. Habiendo perdido la batalla de conseguir que los obreros sean los sujetos de la revolución y constituyan la clase dominante, tratan ahora de investirle de tal a la mujer. Hacerles creer que son todas iguales. Que entre ellas no hay diferencias ni desigualdades. Que todas son víctimas de un patriarcado explotador, y que tienen en sus manos cambiar el mundo a mejor. Poco menos que una sociedad perfecta de amazonas. Especialmente, en Centro y Sudamérica (aparte de España o Europa). De los escasos lugares donde consiguen buen número de creyentes adeptas por la penetración guerrillera marxista experimentada allí durante el siglo XX, tras los desmanes colonialistas sufridos desde el XVI, causantes de grandes desigualdades. Bastantes de esas élites feministas militantes, son de profesión psicoanalista y orientación marxista. Añadidamente, son cantidad, las mujeres que llevan décadas reelaborando nuevas teorizaciones sobre la feminidad y la varonía. Como es lógico, con mayor o menor fortuna y validez. Las sucesivas fragmentaciones en “olas feministas de distinto signo” muestran la complejidad de los intentos. Es en este sentido que escribo las líneas que están leyendo Vds.
¡Qué osadas afirmaciones las de unos y otras! Las de los antiguos y las de los presentes. Incurren en generalizar lo ingenerizable. Me refiero a sentar cátedra de universal a lo que es, y siempre será, individual. Hacer pasar por verdades científicas lo que simplemente son senderos interpretativos posibles de los motivos tras los síntomas y conductas observadas, es peligroso en términos de consecuencias. Pueden convertirse en profecías que se cumplen a sí mismas. En fuente de ansiedades o conflictos psíquicos mayores. Sobre todo, en las personas jóvenes o influenciables. Deberían, si no prohibirse, sí exigirsele a los psicoanalistas la confesión de que son especulaciones; inferencias o deducciones. Estimaciones basadas en modelos psicológicos aproximados que, quizás, resulten certeras o erróneas del todo; y nunca demostrables. Porque aventurarlas pueden causar daños irreversibles a las personas susceptibles o angustiadas que tiendan a tomarse los diagnósticos como ciencia médica infalible. En opinión mía y de muchos, no lo es. A lo sumo, se les otorga la categoría de pistas probables de las dinámicas psíquicas humanas. Nada más.
A este respecto, conviene recordar que los modelos psicológicos y las características que la ciencia médica, psicológica o psiquiátrica asignan a cada tipo caracteriológico, síntoma o personalidad, son aproximaciones que, como mucho, representan el 80 por ciento de la varianza total. Y que, estadísticamente, siguen la curva de normalidad de Gauss. El resto de síndromes los portarán individuos cuyos perfiles se alejarán bastante de esas clases establecidas. Por ejemplo, en los extremos de la campana de frecuencias, tendremos a los sujetos “trans”, estimándose entre el 0,3-0,5 por ciento de la población mundial. 25 mil personas. Me disculpo por la frialdad de los números estadísticos. Pero es que somos ocho mil millones de seres humanos sobre la tierra.
Por otra parte, produce bochorno que, refiriéndose a las relaciones afectivas, los embaucadores profesionales recurran a generalidades propias de mítines en vez de a finuras analíticas. Toda su argumentación simplifica que varones y mujeres se relacionan por un motivo romántico, que, además, se atreven a calificar de falso, puesto que, apoyándose en purismos psicoanalistas, sostienen que el amor es un ideal que no existe. Lope podría objetarles aquello de “Quien lo probó, lo sabe”. Así, consideran equiparables las atracciones y relaciones que entrelazan los jóvenes con las que forman los mayores. Siendo que, en aquellas, predominará el móvil hormonal mientras que, en éstas, será mayor el interés convivencial.
Cerrando la reflexión decir que, en lo que se refiere a la sexualidad femenina, y pese a lo exagerado de la pretensión de Luce o Kristeva de retornarla a modelos pre-edípicos, hay que reconocerles el mérito de haber impulsado una visión más completa de la sexualidad humana. Dieron entrada en ella a “algo” netamente femenino. El símbolo falo ha sido justamente obligado a compartir trono con el símbolo útero. Hubo que decir adiós a la “falta originaria de pene” como único causante y condicionante de las psicologías sexuales y las relaciones afectivas, para dar entrada y compartir esos dones con el concepto “nido nutricio primario”. Aunque se discuta aún si mantenerse dentro o buscar el goce a su lado es sinónimo de fatalismo. Se pregunta Luce, ¿Qué defecto, carencia, rechazo, represión o censura de representaciones de su sexualidad provoca en la mujer la sujeción al deseo-discurso-ley del hombre sobre el sexo femenino? Pero los temas de la pulsión de muerte aquí implicados, sugeridos por Musachi, son palabras mayores que tengo pendiente estudiar.
En cualquier caso, dos cuestiones finales que, confío, tomen con humor:
1.- También yo hubiera preferido tener un pene negro.
2.- Si me dicen TQ, pregunto: ¿Para qué?
“DEBATE EN TORNO LA ENVIDIA DE PENE. Los aportes feministas de Juliet Mitchell y Luce irigaray”. Sol B.Rodriguez en Anuario de Investigaciones 2020, vol XXVII: Enero-Diciembre.
“LO FEMENINO EN DEBATE. Acuerdos y controversias entre J.Lacan y el Movimiento feminista”. Noelia García Neira. VIII Congreso Internacional de Investigación y práctica profesional en psicología. Buenos aires, 2016.
”FEMINIDAD Y MASCULINIDAD. Una aproximación psicoanalítica al enigma de los sexos”. Aguilera Torrado, A. en Revista virtual de Ciencias Humanas “Psicoespacios” Vol,7-N 10. Enero-Junio, 2013.
Graciella Musachi. “Mujeres en movimiento. Eróticas de un siglo a otro”. Buenos Aires. FCE, 2001.
Juliet Mitchell. “Psicoanálisis y feminismo. Freud, Laing y las mujeres” Barcelona, Anagrama.1976.
Marcelo Barros. “La condición femenina”. Ed. Grama. Buenos aires.2011.
Julia Kristeva. “El Sujeto en proceso”. Artaud. Pretextos. Valencia. 1977.
Tus comentarios al respecto, siempre me dan que pensar. Ya sabes que mi pensamiento esta más cerca del tuyo que del de otras mujeres.