Otra cosa es que, en términos de represión psicológica -bien estudiados- se renuncie a hacer crecer ese tipo de sentimientos o se opte por cortar tal clase de experiencias y estructuremos la personalidad edípica o “eléctrica”, porque más nos vale, socialmente hablando.
Quien no lo haga, correrá, además, riesgo de caer en episodios desestructurantes de todo tipo por mor del elevado precio que pagamos por la auto represión. Sufrirá desviaciones penadas con stress y somatizaciones, perversiones castigadas duramente y la repulsión absoluta de la comunidad. Será un condenado a la horca o el ostracismo, además de un candidato a adicciones culposas (pornografía, drogas legales e ilegales…)
Esta es la reflexión e interés que me suscita el film. Para mí, esas pulsiones llaman a indagar territorios fronterizos del conocimiento. Las bases y límites de la moralidad. La legitimidad o ilegitimidad de vulnerar determinados principios culturales temporales instalados falsamente como perpetuos y naturales.
Las considero fronteras en el sentido de que sus bordes controvertidos cuestionan la validez universal de lo virtuoso. Hasta lo justo y lo injusto tienen zonas oscuras, confusas, irracionales, impropias o coyunturales medidos en términos de siglos o milenios.
¿Qué es justo? ¿Qué sería injusto? En ese mundo cuántico donde naturaleza y norma pretenden ir juntas, las perspectivas, los enfoques son infinitos y decenas de opciones inmorales clásicas pugnan por dejar de serlo y ser reconocidas como normales o relativas. Léase, la homosexualidad, por ejemplo. Y, por tanto, las valoraciones y juicios de los comportamientos que sobre esas cuerdas sobre el vacío produzcamos, también serán infinitas y relativísimas.
Pero, no quiero desviarme. Estaba en que hay una época narrativa gloriosa de la que Borges, tiene bastante culpa, en el mejor de los sentidos. Es el verdadero creador, el nuevo Homero. El ciego capaz de ver en la oscuridad; capaz de inventar mundos en la oscuridad, orbes que ningún otro mortal puede concebir, salvo que esté aquejado o dotado de esa singularidad que, conforme estoy narrando, contiene paradojas. Las de los espacios-tiempo difusos que convierten las minusvalías en dones. ¿O acaso la ceguera de Borges, literariamente hablando, le supuso una merma? ¿Era una tara o fue un don excelso? No está aquí para responderlo, aunque seguramente lo habrá hecho en alguna de sus múltiples y fabulosas conferencias que recomiendo. Disponibles, por cierto, en You Tube.
Borges es, a mi modo de ver, y hasta donde yo sé, un precursor no sólo de amplitud temática y técnica narrativa, sino uno de los primeros grandes intelectuales teóricos de la literatura, de analistas históricos de los escritores. Un crítico literario, de primer orden; algo caprichoso e iconoclasta, desde luego. Antecesor de Harold Bloom o de cualquier otro Nabokov que hayamos tenido. Generalmente, antiguos profesores de literatura o bibliotecarios como era su caso.
Por centrarme ya en Erendira, aparte de ser un relato fiel e histórico de las sociedades sudamericanas -de la colombiana o boliviana en concreto- dibuja personajes absolutamente fabulosos. Tan fabulosos como reales, nuevamente. Los contrabandistas, el político, los indígenas, el fotógrafo, el estudiante… Cada uno de ellos, un planeta gigante de significados. Mundos particulares que una película no puede desarrollar con detalle, pero que permite intuirlos. El film es un brochazo mágico que saca a la luz la enorme dignidad de cada ser superviviente por muy minúsculo, escondido, oculto o reprimido que esté. De cada profesión y quehacer de la vida en las sociedades éstas, marchitas y monstruosas.