EL CAFÉ LIBANÉS CON NATA RECOMENDADO. -A NATALIA-
Cuando entramos al local recomendado,
hallamos paredes y suelo tintados en blanco sucio.
Y el aire impregnado de espumas de malta púber derramada.
Quedamos tiznados, y las espaldas mías porfiaron retroceder.
Entre ruidos, jóvenes hormonados,
lo cruzaban de lado a lado de modo alocado y zafio.
Las chicas del diecisiete actuales no calzan zapatos de tafilete.
En su demente desfile, una bruta insensata golpeó mi brazo de cabra en cabestrillo.
Me hizo verdadero daño y ni cayó en la cuenta. Quod natura non dat, Soria no praestat.
La consistente penumbra hacía inapetecible franquearlo y aposentarse.
Pero tenían café… ¡Y nos lo habían recomendado!
Pronto supimos el porqué.
Entre arrobas de alcohol, lo servía una ibera ibicenca.
Veinte mayos apiñonados se defendían del frío arrobándolo con centeno, centellas y dentelladas.
Rasgos arábigos y pinariegos.
Una pátina tuareg, su cutis quemado por horas de masculinas sombras.
La promesa de arrebol de penetrar al Teneré, anunciándose entre cirios velados.
Diría que cera virgen mancillada por hordas estériles,
esperando audiencia con la aguja en la luna.
Sus marfiles desplegados eran velas marineras.
Aireaban la estancia a pulmón pleno,
y hacían visible proa y quilla armoniosas.
El viento fogoso, apresado en la cubierta entoldada con paños almizclados,
expedía a bocanadas de oscuridad, palabras de chocolate negro fundido.
Bajo la gasa vislumbramos, embalsamadas,
trochas infrecuentadas, picos desmayados, adormilados y desatendidos.
Heridas primigenias jadeaban como lobos y exudaban agua, cieno y lodos.
Barruntamos cenotes profanados. Por ásperas cuerdas y linternas de carburo, arañados.
El olor desprendió los pétalos del pudor,
y provocó la blasfemia de vocablos incontenidos lanzados como venablos y venados: