Los focos turquesa de una moto de alta gama, recorren la noche del local con luces largas.
Quedo deslumbrado por el fogonazo de los planetas ígneos desorbitados.
Encendido electrónico inmediato. Motor de explosión a dos tiempos. Carburante: limonada de alto octanaje, lubricado con aceite natural sin aditivos.
Depósito de 64 litros. Asiento de cuero templado.
Suspensiones en titanio inoxidable.
—¡Demonios!, me digo, ¿Qué hace aquí un ángel del infierno?
Conducida por boca acanallada y zapatos de cenicienta antes de las doce, clava preguntas y respuestas en el asfalto de fango, a modo de inocentes espuelas.
La aterciopelada Harley suena a ron ronco;
rock bronco del 59.
Los radios de sus ruedas de cromo centellean mientras cruza el puente de aguas turbulentas de mis pupilas de alquitrán. Semejan látigos estroboscópicos.
La fragancia es de jardín con adolescentes y algo de selva virgen laberíntica.
Tomo las empuñaduras de visón. La izquierda es de Siguanaba; de Hamadríade, la derecha.
Por el licor dulzón, lengua y dedos certifican la presencia de Xtabay.
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