SUAD, la flor del bosque de arena.
Franquear la entrada fue tal que entrar a una Haima atendida por una pareja de nubios, con ella de fuente central barboteando. Sobre la cabeza, descansando, llevaba acogida un ánfora de cabellos de camello pringados de negra arcilla.

Abrió el trirreme romano de su boca de ébano y desparramó un panal de abejas cantoras africanas que, en fila de a dos, guardaban la entrada a modo de guerreros templarios. Espada de marfil afilada, túnica blanca y la Tau de doble cruz blandida brillando bajo la garganta. ¡Dios mío! pescados inmaculados fulgían. Fósforos de niña recién barnizados.