De repente, el director Phillip Stolzl lo consigue. Deja de utilizar coreografías y secuencias manidas para adentrarse con originalidad en lo absolutamente oscuro sufrido por las generaciones de los años 30 y 40, de las que Stepan Zweig formó parte.
No les diré más. Únicamente que el genio del novelista, acorralado en la vida real, fue capaz de sobreponerse durante un tiempo y encontrar las metáforas de ficción perfectas capaces de mostrar el horror que vivieron. Conseguidísimas las analogías de tableros de ajedrez que retrata.