Contemplar a Nastassja Kinski en ¡Corazonada!, esta obra de culto recién remasterizada, hace recordar la visión descrita por el famoso poeta romántico francés del siglo XIX que en una conferencia osó atreverse a fijar un cánon de la faz hermosa:
“Dejando aparte las docenas de imperfecciones de los cuerpos mortales, de las que aún debo reflexionar, hoy sentaré catedra de esteta sobre los rostros más bellos que contemplé y canté entre las muchas mujeres que tuve fortuna de conocer por los variados rincones del mundo: campesinas, actrices, bailarinas, periodistas, obreras, dependientas, sirvientas…
Sostendré que los rostros hermosos pueden tener miles de formas, a condición de que la piel sea acharolada, coralínea, y de que los labios, prominentes y almohadillados, terminen en hoyuelos bordeando mejillas redondas altivas que transluzcan élan vital –alma– cuando sonrían.
Brinden, además, el frescor de la mar al abrirse la boca ancha descubriendo marfiles solares bajo la nariz fina y rectilínea que defienden el par de ojos, ovalados y fulgentes, de mirada oriental cruzada y pupila ardiente. De tiara, cejas delineadas; ni muy pobladas y clareadas.
El cabello ha de brillar como en los anuncio de publicidad sin llegar a cubrir todo el cuello císneo. Una composición así, difícilmente carecerá de atractivo.
Y afirmo que dos son los mayores peligros que amenazan tales bellezas femeninas: Nariz mentirosa o cómica y orejas soplillas.
Mantengo, igualmente, que es casi imposible hallar un ser humano que reúna estas características. El consuelo estriba en que basta cumplir cuatro de ellas para rendir la voluntad de cualquier hombre”.
Dejo a lectores y lectoras, especialmente a éstas ultimas, descubrir si, con 20-30 años, Nastassja Kinski incumplía alguna de las cinco virtudes cardinales del cánon.
El vate francés añadía:
Descontando que la imantación definitiva la produce el alma de cada ser, la mujer entendió desde el principio de los tiempos el modo de convertir en insignificantes las imperfecciones corporales mediante la sutil técnica de envolverlo con fantasía, elevando a arte las prendas de vestir, peinados, maquillaje, abalorios, tonos de voz, gestos y movimientos. Una barra de carmín, ligas a media pierna, senos anunciados y un infinito etcétera logran el milagro de transformarlas en vestales divinas. La primera pista, tal vez, se la dio ver el efecto estimulante que producía un simple lunar al lado de los labios, una flor en el pelo, Un “sí es no” y un “no es sí”.
El juego erotizante de las medias palabras, las pequeñas concesiones y la ocultación de los sentimientos. Las ventajas seductoras de esas incertezas que el feminismo ramplón actual no entiende y que dotan de misterio, sacralidad ritual y trascendencia a las relaciones, acercándolas a lo sublime e inefable: el don exclusivo de las divinidades.