VASCOS. EL PUEBLO DE LOS PIRINEOS OCCIDENTALES.
Vayan estas reflexiones al hilo del envidiable y sano rito que los vascos tienen de festejar el año nuevo subiendo de amanecida al Gorbea, Txindoki, Ganekogorta, Oiz, Kalamua y cresterios de Euskalherria entera, botella de champán o bota de vino en ristre y tentenpies de lo más diverso.
Los hombres de las alturas me llaman la atención desde siempre. Ciertamente, son seres de sangre fría junto con aeronautas y submarinistas de apnea, pilotos de F1 o gánsteres. Si tuviera que definirme, lo máximo que llegaría a considerar sería ser senderista de colinas, puesto que tampoco soy de aburridas llanuras.
Las reflexiones de hoy las hago al socaire de estas estampas de la conquista “a pelo” del Cervino en 1860, dibujadas por Adams Whymper. No me extraña que en el descenso muriera media cordada y la otra tuviera sobrecogedoras visiones celestiales conforme narra en libro del mismo título. Háganse a la idea del equipamiento de la época.
Ya he escrito alguna vez que los vascos acostumbran a saciarse de la luz que escasea en el fondo de sus valles y villas -en especial, las guipuzcoanas- ascendiendo a las cumbres en cuanto tienen ocasión. Lo hacen desde muy jóvenes alargando el hábito hasta que las piernas decaen artrósicas o reumáticas. Frecuentemente, más allá de los setenta si el corazón o pulmones no renquean por exceso de trabajo, comanda o vicios menores… Y son bastantes los que, luego de curtirse en los picachos magníficos de los parques nacionales peninsulares como el Monte Perdido, el Aneto, etc, se marcan continuar el aprendizaje cumbreando las moles de los Alpes con la vista puesta ya en el Himalaya, los Andes o doquiera que se levante una punta de congelado cristal.
Diría que estas conductas comunes en ellos hacen sospechar que remiten a su origen. Descreo que esa pulsión la motiven medias montañas de alrededor de los ochocientos a mil quinientos metros cual son la gran mayor en la Comunidad Autónoma Vasca. Otra cosa son las imponentes rocas ubicadas en Navarra y Huesca o Cataluña sobrepasando los tres mil. Puedo entenderlo en los alpinistas italianos o austríacos, y en los ingleses, siempre creativos, no tanto en ellos, salvo que la influencia pirenáica de la parte francesa sea quien lo propicie. Voy a desdecirme de inmediato, dado que comparten genes vikingos nórdicos. Sus genes se estimulan con quehaceres abruptos, empresas indómitas, caza de ballenas en Groenlandia y demás rarezas. Parecen necesitar de gestas que alzan como símbolo de su legendaria estirpe adoradora de la fuerza. Apostaría que Henri Didon, el sacerdote dominico ayudante del baron de Coubertin, e inventor del slogan olímpico “Citius, Altius, Fortius”. “más alto, más lejos, más fuerte” debió tener ancestros euskaldunes
Sea como fuere, los he visto desde la niñez entusiasmarse con esta clase de proezas. Y ya de mayor siguen asombrándome cada vez que acudo a visionar los films de montaña en la semana de cine de montaña de San Sebastián, etc.. Tienen algo de aventurerismo innato. “Agirre o la Cólera de Dios”, ¿recuerdan? Elkano y compañía “Primus circundisti me” San Ignacio, Francisco Javier, Arrupe. Ahora que lo pienso, hasta se me hace raro que Jesucristo no naciera aquí. Y siguiendo este hilo de posibles razones, hallo también un combustible poderoso empujando este singular tipo de motor. El orgullo de realzar la estirpe medinate la aspiración a la independencia política. Sin duda, contribuyó a que en fecha tan temprana como 1978 un vasco hollara el Everest. Costará encontrar otra persona de tierras sin picos que lo haya hecho antes. Así que aunque no sea un hobby de mi predilección, me quito el sombrero.
La razón añadida del artículo es señalar el peaje que pagan los alpinistas cada temporada, especialmente, en estas fechas. Y escrito con respeto, la insensatez de base que percibo en ello. Ganas de meterse en lios, por muy trascendente que sea la experiencia. Particularmente, prefiero toparme con ella y sentirla homenajeando a una docena de espetos en Málaga. La espiritualidad crece en un cubo de agua.
Pude verlo en toda su crudeza en el documental de la semana de cine de Eibar de este agonizante 2023.
Créanme. Sufrimientos más allá de lo natural. Y todo por el prurito de escalar ocho miles. Cada vez con menos medios. Tras grandes preparaciones y aclimataciones logran hacerlo ya sin oxígeno. ¡Válgame Dios! Dejan atrás a los Sherpas. Prescinden de los vivacs. Cualquier día desayunaremos con la noticia de que alguno lo ha ascendido desnudo. Les relataré que en una ocasión encontramos a un donostiarra con chancletas y pantalones de seda hindú por el cresterío que conduce desde Nerín al refugio de Góriz y con intenciones de continuar haciendo La Pineta y el Añisclo. Quien conozca tales parajes no lo creerá posible. De eximente, contarles que estaba recién divorciado. En pleno duelo. En los tiempos que corren, otra arriesgada aventura.
Terminaré este primer ataque de novato a las “cumbres borrascosas”, dejándoles imágenes de Felix Iñurrategi. Su accidente me causó gran impresión dada su juventud. Y también, de Edurne Pasaban. La mujer vasca no anda a la zaga en estas lides.