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Cual nosotros, jóvenes entonces, que lo contemplamos entre gozosos del espectáculo visual y sonoro de las grandes pantallas y aterrorizados por estar basado en hechos reales, el gran cine europeo de los sesenta y setenta acusa la edad…

He revisionado la magna película “LA CAÍDA DE LOS DIOSES” de Visconti (1969). Retrato sesudo del nazismo que se nos ofreció a la generación superviviente al holocausto europeo de 1936 a 1945.

Cincuenta y cinco años después, me deja un poso de efectismo. Tal que si leyera una novela excesivamente sensacionalista dirigida a las tripas. Suena demasiado a adaptación del El Rey Lear shakesperiano. El simbolismo en que se apoya para dibujar “el mal”  es de trazo grueso, sesgado de cierto psicologismo  elucubrador freudiano.

Aunque reveladoramente y con alto grado de verosimilitud, el realizador enmarca en demasía el complejo fenómeno del nacional socialismo dentro de las tesis del freudo marxismo delineadas en la obra “La personalidad autoritaria” de T.W. Adorno.

Un acierto, a la par que un reduccionismo, puesto que las tramas centrales del poder exceden los individualismos, abarcando motivos económicos, políticos y sociológicos que la película forzosamente simplifica, pese a sus  dos horas y media de duración. Reconozcamos que los vacíos de las elipsis y resúmenes es el elevado precio pagado por el séptimo arte.

Sigue impresionante y fresca en lo que a realización cuidada y dirección de actores se refiere. Las interpretaciones son impecables. Realistas al extremo. Memorable la expresividad de Ingrid Thulin o Dick Bogarde. 

Hasta los  hieráticos  Helmut Berger y Florinda Bolkan encuentran el papel de su vida bordándolo. Y la que con el tiempo devendría en fría Charlotte Rampling, muestra aquí, aquello de que todas las personas florecen al menos una primavera. El mundo tuvo la suerte de que participara en este film mostrando la seducción natural propia de la vitalidad de los veintitrés años. Su faz luminosa y sonrisa seráfica serán libadas durante toda la eternidad; si la especie humana continúa poblando la tierra y yendo al cine.  La IA artificial no podría reproducirlas.

Los ojos agradecen la escenografía majestuosa y el vestuario parejo. Delatan la nobleza de cuna del director. Todo es de “El Mundo de ayer” de Zweig. Música grandiosa de Jarré con evocaciones de Wagner. Fotografía de Armando Nannuzzi y Pascualino De santis. Un logro inconmensurable; imagino que favorecido por los soberbios medios técnicos y financieros empleados en la coproducción italo-alemana.

Según he adelantado, alguna referencia o exposición de los sucesos históricos relevantes, se hacen de forma efectista con secuencias prolongadas hasta el aburrimiento (celada a las SAS); lo mismo que resulta extemporáneo introducir secuencias repetidas de la paidofilia del niñato heredero de la elitista saga siderúrgica; por más que, posiblemente, simbolice la manipulación que hizo el nazismo de la infantil ingenuidad alemana permitiendo crecer al monstruo dentro de entrañas inocentes.

A este respecto, y por cuanto tiene de actualidad que nos afecta e interesa prevenir, el autor sigue al Freud que, desde hace más de un siglo, señaló la dinámica perversa que puede darse en las triadas familiares cuando falta “una de las patas nucleares”. En este caso, entre madre e hijo en ausencia de padre. Recordemos que el tercer término es el que separa a la madre del hijo o hija posibilitando que crezca como individuo independiente y afirmado en la realidad. En palabras de los psicoanalistas: “El padre es el mundo”.  

La falta de autoridad paterna poniendo límites -complejo de Edipo- tiende a degenerar en relaciones fusionales de dependencia mutua. Personalidades confusas y ambiguas, habitualmente bipolares y fácilmente manipulables. Visconti  usa los personajes del primogénito caído en combate, la viuda de guerra, el hijo incestuoso y pederasta, más las ambiciones de poder del resto de miembros de la familia high class -en alianza con los segundones desposeídos o bastardos ( tío, primo, Hitler…)-, para metaforizar la causa del conflicto bélico. Una tesis simplista.

Los diálogos descarnados, con ser de mucha enjundia, chirrían por los lugares y momentos en que se efectúan. Sentimientos explosivos que nunca se verbalizan socialmente son expresados aquí teatralmente. Un defecto del film, en mi opinión, por más que el director pretenda abrir -para didactizar- las entrañas mentales de los monstruos humanos que fueron, somos y seremos.

Con todo, sepan que se les hará corta. Y gozarán del espectáculo visual que es el cine de gran factura y formato. Ya no abunda. He echado de menos no poder verla en pantalla enorme y debatirla en público luego.

¡Ay, de los cine-forum de los años setenta y ochenta!

¡Cuánto los echo de menos!