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Semanas atrás, en la discoteca bilbaína ROCK, picadero doméstico de seniors bailongos muy senior, un grupo de amigos observábamos el comportamiento de una pareja en la barra.

Encelado él, tal que los palomos en las plazas detrás constantemente de las palomas con sus agasajos pelmas de arrullos. En franco contraste con la actitud de la fémina que, en ocasiones, le hacía suaves cobras conteniendo los arrebatos amorosos del galán ya entrado en años y en obesidades ventrales, lo que favorecía que la chica pudiera mantenerlo a distancia defendible.

Quince lustros, él. Diez bien llevados, ella. Esbelta y galana. Una simpática mulata con cabellera de rizos, probablemente colombiana, a tenor del porte alto y la piel tirando a clara. Figura proporcionada. Boca sana amarfilada y poco pecho.

—Imaginamos a qué está la siguanaba con el viejete. ¡A por cartera! –comentó el pelotari internacional, con muchas cestas de ese tenor movidas en México, Miami, Tampa, Filipinas, Francia, Italia y aledaños bajeros.

—Obvio.

En eso pareció que quedaría la cosa.

En imágenes a media luz, “los tórtolos” danzaron en la pista a ritmo de PRETENDERS y Freddy Mercury; con el varón rayando el infarto, según mostraba la faz roja de copas de más, azoramiento y meneos frenéticos torpes, que la airosa partenaire con buen criterio decidió acortar. Los vimos coger aperos de la guardarropía y desaparecer escaleras arriba con ella detrás empujando discretamente. No supimos si encaminándolo al matadero o evitando el traspiés que lo malograra definitivamente haciéndolo rodar hasta abajo antes de firmar algún abultado cheque o el testamento con ella de beneficiaria.

Tal vez le sucedió lo que sentencia el refrán como he narrado en otro artículo: “El amor empieza y termina en las escaleras” como le sucedía a algunos  púberes cuando ascendían hacia los catres con  las prostitutas. Se “iban” antes de llegar a la habitación sólo de sentir roces de cabello femenino o ver los contoneos de quien les precedía; o simplemente, por pensarlo obsesivamente y anticipar el goce carnal.

Recuerdo haber compuesto un poemilla al contemplarlo con mis propios ojos allá por los años setenta:

 

…Y oyendo que selvas dentro de tí,

me oyen y  me respiran [2],

en puñal apuntalado [3],

hubiera querido forzarte

esos continentes animales.

[1] Semen// [2] Agujeros de lo oídos, narices y boca.// [3] penetrado en ella.

La respuesta la tuvimos varios sábados después. El cestapuntista, que hace honor a su profesión y las tira con intención irónica y sexual siempre que tiene ocasión, no se cortó un pelo ni la lengua en cuanto vio entrar al flirteador, a quien conocía, sin compañía y un punto cariacontecido.

Más derrumbado que apoyado en la barra, cascándose un lingotazo de orujo, lo halló tatareando obsesivo una canción:

¡Caramba, te hacíamos disfrutando de hembra real!  ¿Cómo así aquí y sólo?

—Lo fino es raro y caro.

Las copas destrabillaron la lengua del galán decepcionado:

  • Una historia extraña a la que era mejor poner fin.

  • ¿A qué te refieres?

  • La criolla es muy maja. Educada, simpática, cuidada y eso, pero hace cosas raras. Me da a sospechar que hay gato encerrado. ¡Otro tío, vaya. De hecho, cuando la conocí, aquí precisamente, estaba acompañada de un señor y sin embargo aceptaba bailes sin esconderse.

  • Te vimos

  • Decía que eran, únicamente, amigos. Al fulano, un tipo tranquilo de mi edad, no parecía importarle. Tras unos danzones, les invité a acompañarnos a cenar junto con amigos y amigas. Ella estaba por venir y le consultó si le apetecía. Contestó que no moviendo la testa y la mestiza rehusó con amabilidad:

  • Otro día

  • Me gustó. En un aparte le pedí el teléfono, me lo dio y así empezamos a quedar. Mensajes diarios de buenos día y buenas noches, conversaciones, intercambio de canciones sugerentes, etc.. ¡Congeniamos!

¿Fenomenal, no? –apostilló el  osado “pelotas vivas”– Continúa que me tienes intrigado.

  • Pues nada.. Invitaciones a comer, al teatro, paseos, etc.. La cortejé, permitiendo ella algunos picos y arrumacos. Nada más. Lo que viste. Caballeroso, tampoco quise forzar la marcha y ponerle prisas.

  • ¿Entonces?

  • Durante la semana, todo rodaba tan estupendamente, que me animé a proponerle planes de fin de semana, bailar los sábados, conciertos, etc.. Y fue donde el asunto empezó a cambiar. Por ejemplo, quedaba y estaba conmigo hasta media tarde, y cuando pensaba que acabaríamos yendo a bailar, cenar y lo que supondrás, me salía con que se le hacía duro dejarle sólo al fulano aquél. Se marchaba y me dejaba plantado.

  • ¡No me digas!

  • Sí. Me confundía de arriba abajo. Lógicamente, le hice algunas preguntas. Y en lugar de servir de aclaración, quede aturdido con lo que contó:

  • Es que le debo mucho. Vivo en su casa. Ha sido tan amable de dejarme una habitación ahora que estoy pasando apuros. De esa forma, he podido alquilar la mía para tener unos ingresos extras y hacer frente a la hipoteca que, al ser variable, está por las nubes. Es amigo mío desde antes de que muriera mi marido.

  • ¿Es viuda?

  • Dos veces. Separada, primero, del colombiano con el que se casó de jovencita y tuvo tres hijos varones, también fallecido. Y emparejada después doce años con el muerto hace tan sólo dos. Muy enamorada, confiesa. Le gustaría encontrar a alguien parecido, dice. A saber si es verdad…

  • ¡Hostia! ¿La viuda negra o qué?

  • Eso comenta que parece, y se ríe.

  • Yo, cortés, le replicaba que menudo plan para el sufridor, que también tiene sus años. Tenerla al lado y no poder tocarla.

  • No le intereso, ni él a mi. Es una bella persona. Los mayores sois un encanto. Mi pareja reciente, muerto de un infarto, tenía quince años más. ¡Como tú, imagino! Y Petro, que así se llama el que tú conociste, me ofreció esa solución para ahorrar. Aunque al principio, me dio no sé qué -si mi padre se entera…– dije, probaré a ver. Y hasta el momento se está portando. Conforme vaya quitándome deudas, volveré a mi casa. ¿Sabes? Tengo dos trabajos además del fijo. Limpio dos txokos. Salgo de casa a la siete y media de la mañana y regreso a las diez de la noche, el tiempo justo de preparar la sandwichera del día siguiente y acostarme..

  • ¡Jodé, macho! ¿Y ese panorama te interesa? ¡Vaya vida, que llevan! Entre una cosa y otra, no me extraña que te quedaras volao… Creérselo con lo que cuentan de los sudamericanos es cuestión de tener muchísima fe. Desde luego, yo…

  • ¡Y tanto! Pienso barbaridades. Me vienen a la cabeza esas historias de asesinatos cometidos por esta clase de parejas con cándidos a los que la chica se encarga de encelar y lo fríen.

  • ¡Sí, sí! ¡Ahora mismo hay un juicio de esos!

  • Lo sé. Y encima suelen ser hiper religiosos quienes los cometen. Evangelistas o de iglesias raras. Cristianos del santo magisterio y cosas así. Ésta también es súper devota. Los domingos asiste a misas cantadas, etc.. No tengo nada contra eso, pero no va conmigo.

  • ¡Estan piraos!

  • Hay que entenderles. Pasaba igual en España hace 50 años. ¡Mira nuestras madres! En una generación, se les pasará.

  • No sé qué decirte. Pero sigue, que me tienes en ascuas.

  • Eso es todo. Bueno, la gota que ha colmado el vaso ha sucedido hoy mismo. Hemos estado comiendo estupendamente. Un enorme chuletón compartido, rico de cortar. Luego del sábado del plante, confiaba en que hoy estaríamos ya en plan de pareja, dado que somos adultos. Y las suyas, no sé -lo mismo es virgen, já, já-, pero mis intenciones son evidentes.

  • Puedes jurarlo, palomo y palomino. No te enfades…

  • ¡Pues, nanay! Ha vuelto a hacérmela. Sobre las siete, me espeta que se va de fiesta con el susodicho a no sé qué pueblo cercano. Y por más que he insistido, ya ves. ¡Aquí me tienes! Más tirado que un perro callejero hambriento.

  • ¿Permites la opinión y el consejo de un colega de calamidades?

  • ¡Claro!

“Don experimentado”, tuvo un rapto de misericordia, y dejó de ser un tocapelotitas descarado. Se sinceró con el desangelado:

  • Visto desde fuera era patético. No te ofendas, pero lo comentamos. ¿Qué iba a buscar esa mulatona a la que le sacas 15 años o más, si me apuras, si no cartera? ¡Las latinas encuentran en nosotros los españolitos y europeos gallos de oro, ¡panolis!

  • ¿Tú crees? La oyes hablar y parece sincera. Hasta en los gestos y expresiones. Tiene la cabeza amueblada. ¡De ser eso, se notaría!

  • ¡Nada bueno, colega! ¡Y menos, darte cama! ¿Y, encima, acaso estas tú para trotes de ese nivel?

  • Bueno, Aun me apaño. Y si hiciera falta, o tuviéramos ganas de continuar trasteando, pues pastillita azul y arreglado. Me pasa lo que recuerda la canción: aquella de Mª Dolores Pradera o Julio Iglesias: “Caballo le dan sabana porque está viejo y cansado y si una yegua alazan, caballo viejo se encuentra…”

 

  • No juegues con fuego, amigo. ¡Dale puerta!

  • ¿Hace un trago? ¡Te invito! Encima, no te rías, ¿Quieres creer que me acaba de enviar un video-wasap con imágenes de la orquesta festivalera donde han ido?

  • Estarán amartelados, seguro.

  • ¡No hay quién las entienda!

  • Al contrario. Te está cebando. El anzuelo viene detrás.