DUENDE Y MISTERIO. Film LA PROMESA. REBECA HALL

Temí que se cumpliera el maleficio de que nunca segundas partes fueron buenas. Sé que me contradigo con lo escrito hace unos pocos días, recomendando no dejarse llevar por la primera impresión… Allí me refería a las elecciones de pareja, hoy opino lo opuesto. Conocen una de mis sentencias favoritas. La Dadaísta
“Si cada quien dice lo contrario es porque tiene razón»
Quienes me conocen, saben que funciono a rachas. Semana de tenis, semana de tenis. Marathón de pelis, marathón de pelis; caza, caza, etc…
En tales trances, no estoy para nada más, así que durante tales ejercicios los vientos inspirados del sur me dejan calmado. Ahora, tocan films de verano. Aquí les traigo un romance sentimental. Seguramente, intranscendente, para los más, en técnica y contenidos, y sin embargo, trastocó la tranquilidad pretendida. ¡Contiene duende y ACTRIZ! Que, «Haberlas haylas»… ¡DE BAILAR Y ALGO MÁS!
Querría reencarnarme en su marido… ¡O en ella!
En este mundo sin dios abundan las paradojas. E igual que el calor promueve la lluvia, ocurre con cualquier fenómeno terrestre material o inmaterial: ¡Generan su contrario!
Para mi desgracia, La fascinación de verla de nuevo estaba siendo tamizada por juicios más objetivos que, confieso, hubiera preferido no tener. La vi menos bella.
Las emociones del encuentro luego de casi un año sin verla, con ser bonito, no surgía con la misma intensidad. Tampoco las conversaciones, que ahora se me antojaban forzadas, muy lejos del fuego de la primera vez.
Al cabo de una hora, di casi por cierto que, una vez, mas la mente había construido escenas idílicas irreales. Ni los lugares donde se libró el combate contra la impotencia de no poder descubrir el amor nacido resultaban tan evocadores.
El sugerente dicho de que “el amor empieza en las escaleras” tenía una segunda parte que desconocía: ¡También termina!

Disculpen la herejía narrativa que cometo. Estoy chechón, que dicen los latinos. En contra de lo recomendado, los latidos íntimos que inspiran este post me impulsan a revelarles el «The end» al completo.
Aunque el regreso prometido se había hecho realidad, la promesa de culminar la relación peligraba. Estaba como al aire. Desvalida. Sin atreverse al paso de ser. Parecía olvidada e impropia.
Así era el comportamiento tras el reencuentro. Frio e inhóspito como Alemania, lugar del hechizo, después de perder ambas guerras. Veía por detrás su cuello terso puro, los cabellos fragantes, los delicados pendientes adornándola bajo el sombrero. Todo parecía estar igual. Y, sin embargo, la niebla había reemplazado al domingo soleado. Yo mismo estaba en la oscuridad de la incertidumbre de saber como concluiría todo finalmente. Contagiado del ambiente pesimista alrededor. Faltaba muy poco para el amanecer y la terminación en suspenso. Me entristecí. Nunca segundos encuentros fueron buenos.
Cerré los ojos para recordar su resplandor cuando, entonces, deslumbrantemente me llamó desde lo alto de la escalera. De cuando alcé la vista para encontrarme con el que pasaría a ser destino y añoranza durante doce prolongados meses. La promesa de volver que hice fue firme. No puse plazo.

Un año es cuanto aguanté. Y aquí estoy. A punto de finalizar la cita y sin saber por qué no estoy y encandilado… Me hablo a mí mismo afirmando que siempre es difícil continuar cabalgando la nube romántica, o bajar a la tierra de lo corriente y vulgar. Que hacerlo bien, requiere talento. Y ser, además, asistido de la magia de acertar con las palabras, y el sitio y momento propicios. Repasé las escenas y me desagradó que resultaran insípidas e inverosímiles. ¡Malditas segundas partes!
— Ríndete, Bingen, no era una mujer tan esplendorosa –me susurra al oído Orangu, mi yo sensible y animal.
— Aguarda un poco –respondí. Date unos minutos para verla con calma…
Las escenas finales que contemplé, con parajes acordes al tono desolado y sentimientos confusos de los protagonistas en la Alemania devastada tras la guerra, presagiaban una conclusión gris y amarga.
Y de repente, sucedió el milagro.
Las voces que escuché, pronunciaban las palabras románticas perfectas que todo mortal querría oír y pronunciar:
— No me vuelvas a dejar… ¡No me dejes!
— ¡Nunca! ¡Nunca más te dejaré!
— Hemos tardado mucho en llegar hasta aquí…
Disfruten del intenso momento sentimental dramático tan felizmente conclusivo imprimido por el autor Stepan Zweig y el realizador Patrice Leconte, que logra trasladarlo al cine en acertada consonancia.
Diálogo logrado que considero que está al nivel de intensidad emocional que la escena famosa de Johnny Guitar.
Promesa cumplida. Sólo por estas frases y escena del final merecería el esfuerzo La promesa queda realizada. Escúchenla. Vean la película. Está en Filmin. No me resisto a ponérsela porque sé qué, siendo importante, lo es más que querrán ver qué ocurrió. Qué rutas siguió la mano de Stepan Zweig cuando la escribió. Me disculparán y hasta agradecerán el spoiler. Por ñoño que parezca a veces, el amor es así. Un niño jugando con flechas envenenadas con ambrosía cuyo destino desconoce. Y en estos tiempos de humanos queriendo poner lógica artificial a cuanto sucede en el planeta deseo que enamorarse siga siendo así. ¡Almíbar!
¿Cuánto hacen que no beben el jugo de un bote de melocotón? Vuelvan a hacerlo mientras visionan el film. Si es en buena compañía aun les sabrá delicadamente mejor. Sientan el mareo del dulce. La humedad en los ojos, la acidez amable de los labios besados obsesivamente y mordidos de forma peligrosa y animal. Y, sobre todo, la sutileza que desprenden los hombros y mejillas amadas. El estremor convulso de los deseos refrenados queriendo descubrirse. ¿A qué no lo han olvidado?
Un último apunte que lleva tiempo rondándome la cabeza y que nuevamente observo en esta película. La crisis de galanes que padece Hollywood desde que, hacia 1990-2000, fallecieran o se retiraran los grandes.
¿Lo hacen adrede las productoras, cual hicieron en el cine español del cines de los años 70-80, donde los modelos masculinos con los que era imposible identificarse eran Fernando Fernán Gómez, Alfredo Landa, Sacristán y compañía.
No les niego talla artística, que, a algunos, también. Reniego de que no cumplan con la el agraciado físico mínimo exigible (complexión, altura…) que haga creíble las historias sentimentales de calado y con drama de por medio. Dueños de ese don intangible que la psicología llama Capital Sexual.
El actor de hoy ofrece calidad de registros expresivos, pero, estirándose, llega justo, justo, al cuello de cisne de Rebecca Hall. ¡Infumable! ¡¡Que desperdicio!!
No pasa lo mismo con las actrices que viven una época radiante, a cual más hermosa, como es el caso de Rebecca Hall. Juzguen Vds.

Ya les confesé que tengo intención de echarle picante a la ensalada de esta Web, pues no solo de imaginación vivimos varones y mujeres.


«Ubi caro, ubi aquilae»
(«Donde hay carne, hay águilas»)
Es la nuestra y somos todos nosotros.
Me ha parecido muy interesante