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MAITREYI DEVI  Y  MIRCEA ELIADE  

(HISTORIA DE UN AMOR EN BENGALA)

Con la comodidad del consumo fácil, las clases europeas perdimos LA POSIBILIDAD DE ENGRANDECIMIENTO PERSONAL que brindan el sentido del dolor y la culpa de las contradicciones en las que caen a diario los humanos de lugares económicamente desfavorecidos del planeta enfrentados a las luchas reales por la supervivencia. También, quienes de forma voluntaria optan por existir en los márgenes  o lo lo tienen que hacer forzadamente por pertenecer a estratos sociales paupérrimos: traiciones, mezquindad, crueldad, abulia, hedonismo de cheque, asesinato por encargo, chantaje, remordimientos, doble moral, etc..

Salvo para estos outsiders, las existencias rutinarias de los demás mortales de clase media europea, llevarán al desconocimiento del ser verdadero de cada uno de nosotros produciendo todo tipo de neurosis de impotencia o vacíos.

Porque el dolor sigue estando ahí fuera. Muriendo en las aceras o mendigando a la entrada de los supermercados. Mafias de sinvergüenzas listos a darte un balazo a fin de robarte el móvil. Menesterosos a la vuelta de la esquinas, dándote el esquinazo tras birlarte cartera y cuartos. Poderosos sin escrúpulos ambicionando lo que posees. Abogados y Notarios truhánes o Ejércitos defendiendo intereses desconocidos embadurnados de patriotismo. Jueces corruptos o amilanados por las mafias, Jonkies abotargados de fentanilo, alcohólicos sociales de salón, sexo juvenil frívolo compulsivo y rock and rol igualmente superficial y meramente sublimador de frustraciones.

Aspectos todos de la realidad de la que serás testigo o partícipe antes o después, y a las que tu yo insípido -apesebrado desde la infancia- tendrá que enfrentarse sí o sí. La famosa SOMBRA de la que nadie puede escapar. La escuela de la vida que todos cursamos y los mayores hemos experimentado arduamente. Es lo que Mircea Eliade refleja confuso en su DIARIO ÍNTIMO DE LA INDIA. Y tantos otros, santos y anacoretas incluidos. Emperadores y demás.  Casi diría que cualquiera con dos dedos de frente. Eso es lo que ha perdido Occidente y sigue rampante en Calcuta o Islamabad ahora igual o peor que en 1930. Prostitutas, fumadores de Opio, niños explotados sin piedad, espectros de muerte caminando tuberculosos, suicidas, ahogamientos, amores prohibidos por los padres y la casta, duelos y ejecuciones por transgresiones bobas de honor, miseria, hacinamiento, podredumbre, animismo, trascendencia, etc, etc. VIDA Y MUERTE. Cielo e infierno de la mano. Una misma moneda y dos caras omnipresentes y al descubierto. Occidente se esfuerza inútilmente por tapar la desagradable. Pero cada individuo la conoce íntimamente y lidia con ambas como puede y ha hecho desde el principio de los tiempos. A veces con estudio o santidad y las más, con drogas y chivos expiatorios. Siempre, abrumado y con desconcierto.

Eliade narra desconcertado su propia zozobra juvenil de la que luego de infinitos intentos caídas y recaídas, confiesa que salió airoso y hemos de creer y desear que así fuera. Gracias precisamente a haber descendido al inframundo, cual los antiguos. Cual Orfeo, Eúridice, Ulises, Cristo, Buda, etc… ¿Quién de nosotros lo ha hecho? ¿A quién de nosotros se le permitirá franquear esos atroces ritos de paso?

Leo lo que estoy escribiendo y el corolario es que, a este paso, vamos a tener que propugnar y agradecer las guerras infames o el hambre que roe tripas y cerebro lentamente… ¿Tenemos la valentía de quererlo para nuestros hijos? Yo, desde luego, no. Mea Culpa. ¿Entienden lo que les digo de esta clase de paradojas vitales irresolubles? Piénsenlo y díganme su opinión.

Aprovecho para reseñar dos libros que completan magistralmente el periplo emocional afectivo de Mircea Eliade, autor asimismo de la monumental trilogía “Historia de las religiones”.

 

Son “Maitreyi. La noche bengalí” escrita en 1933, de delicada factura, aunque ofendiera al orden moral indio y obligara a Maitreyi Devi, la doncella hindú -afamada poetisa-  a quien sus padres no permitieron relacionarse con él, a complementarla en 1976 escribiendo una exquisita réplica autobiográfica defendiendo su honor. It does not die” es el título. (El amor no muere).

Aunque, sepan también, que esta mujer, cuarenta años después, viajó sorpresivamente a los EE.UU. buscando a su primer amor. El resultado del reencuentro pueden leerlo en el enlace. Sepan que pocas veces de da este caso de poder leer las dos visiones del mismo fenómeno amoroso. Hace años, escribí algo sentido al respecto en el blog pecasto.blogspot.com.

José Luis Martínez Valero, Poeta y catedrático de Lengua y Literatura españolas dibuja poéticamente la trastienda del misterio amoroso que aconteció para gloria de los protagonistas:

La editorial Delirio, 2022, Salamanca, que dirige Fabio de la Flor ha publicado en un solo libro: Maitreyi (La noche bengalí) de Mircea Eliade, traducido por Joaquín Garrigós, junto a Mircea (El amor no muere) de Maitreyi Devi, con traducción de Nicole d´Amonville Alegría. Esta edición presenta dos versiones aparentemente distintas, ya que, en esencia, tratan el mismo, indivisible, caso.

El lector goza con una presentación en la que, anverso y reverso, pueden ser leídos sin que el orden temporal tenga un valor causativo, aunque hayan pasado cuarenta años, el suceso es narrado con la misma inquietud, vivido en un presente ajeno al calendario. El primero se basa en el diario que recoge una hermosa, ingenua, sorprendente historia de amor entre el joven estudiante que es Mircea, rumano, que ha descubierto el espíritu de la cultura india y, una jovencísima poeta, discípula y amiga de Rabindranath Tagore. Ambos buscan la eternidad en el tiempo, el amor aparece como camino que alcanza la unión de las almas, superando cualquier arrebato sexual, sin que ello impida el beso, la caricia, el éxtasis que habría de conducirles al matrimonio. Dada la situación en un país de castas, donde las uniones mixtas son impensables, pese a que la educación más los movimientos sociales y políticos, que preceden a la independencia, pretenden eliminar esos obstáculos; la costumbre y la rutina, el predominio absoluto de la figura del padre, la defensa de prejuicios ancestrales arraigados en un núcleo familiar extenso, “el qué dirán”, provocan una ruptura definitiva que marcará las vidas de ambos personajes. El tiempo que han vivido es como la luz sobre el agua, un reflejo que riza la superficie, aparece y desaparece. Su inestabilidad se convierte en humana. No será un recuerdo, sino una presencia.
Pasados muchos años, Maitreyi empieza a recibir noticias de Mircea, sabrá de aquel libro donde cuenta esa historia de amor, el proceso y ruptura de un encuentro inolvidable. La vida que ha llevado a ambos por caminos distintos, ahora vuelven a coincidir no en el espacio, sino en aquel suceso que supuso el amor más puro. Se plantea. cómo es posible que algo sucedido en años juveniles, narrado en un libro, en este mismo libro que el lector acaba de leer, producto de la fantasía de Mircea, provoque un trastorno en ella, ahora que han transcurridos cuarenta años. Ambos se casaron, con vidas e intereses divergentes, pero también paralelas porque culturalmente siguen ligados.
Ante las habladurías que desata el conocimiento de este libro para unos, la admiración que la heroína despierta en otros lectores, provoca que Maitreyi decida ir en busca del que fue su amado y trate de poner orden en el cataclismo que la transcripción de aquella relación confunde y genera interpretaciones tan diversas. La inocencia, la pureza de la adolescente se convierte en suceso público. Tras dudas, vacilaciones, trámites, aproximaciones, por fin sucederá el encuentro. Ahora conoceremos la verdad: el amor que existió no ha muerto, no puede morir, pertenece a otra realidad en la que el tiempo no existe, tal como Maitreyi dice sobre el poema: “El poema trata de la dicha y el dolor que manan de una eterna e inagotable fuente”. La exploración de ese continente desaparecido es el argumento de este libro. La relación con Rabindranath Tagore es fundamental para hacer frente a lo que aparece como fantasmal y no es otra cosa que la vida. Como diría Juan Ramón Jiménez: “Al fantasma se le mata con el nombre”. Tras cuarenta años sucede el encuentro. El amor, aproximación entre las almas, permanece intacto, no puede ser destruido, olvidado, está fuera del tiempo y del espacio, porque no pertenece a los narradores, ellos sólo han sido testigos.