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La reflexión que desarrollaré hoy me ha sido inspirada por la película “LA SIRENA Y EL DELFÍN”, Un film rodado en 1957, año prodigioso y fértil donde los haya.

Al genio psicológico y filosófico de autores como Sigmund Freud, Jung, Friedrich Nietzsche, René Girard o Paul Diel, entre muchos otros, debe la humanidad que estemos desgranando enigmas importantes que sin ellos permanecerían incordiando en las sombras, incapaces de entenderlos.

Émulos de los asombrosos descubrimientos científicos en los campos de la física y la química auspiciados por Arquímedes, Galileo, Copérnico, Newton, Einstein, la tecnología aeroespacial y militar, la informática o la biología y la medicina, fueron maestros en ir más allá de las apariencias y los síntomas a fin de desvelar las verdaderas causas.

No ha sucedido igual con la política o la sociología atascadas centenares de siglos atrás en Sócrates, Confucio, Platón o Aristóteles, con efímeros chispazos de luz en Tocqueville y Marx, Weber, Durkheim o Sloterdijk en la actualidad.

El pensamiento alumbrado es el siguiente: La fascinación que produce el cine a miles de millones de personas indica que contiene algo que los humanos consideramos fundamental nuestro. Lo demás no concitaría semejante grado de adhesiones. Luego,

ES UN SÍNTOMA REVELADOR DE UNA PARTE SUSTANCIAL DE LA NATURALEZA HUMANA.

Y me atrevo a decir que ocurre parecido con los conciertos de masas -extendidos en progresión geométrica por todo el orbe- y la temática de las letras de las canciones, que podemos calificar sin ninguna duda, de monocultivos pueriles -pero alimento espirituoso básico cuales trigo y arroz- como expongo en el ensayo:

“La ritualización de las emociones en los mitos

y en las manifestaciones artísticas y musicales”

Lo curioso del asunto es que, tal y como sugieren Nietzsche, Freud, Jung, Girard o Diel, los humanos “modernos” escondemos los motivos de que nos apasionen y arrastren. Y lo hacemos rutinizando y ritualizando socialmente su práctica de modo que parezcan costumbres; banales, incluso. Una manera de tapar las pulsiones individuales que la sociedad, por más que lo intente, jamás podrá evitar que proliferen, ni tampoco erradicar mediante inquisiciones, vigilancias carcelarias o censuras.

No me andaré más por las ramas.

¿De qué son síntoma el cine y las canciones?

Sencillamente de que los humanos somos vasallos fieles de un rey y una reina tiranos y posiblemente hermafroditas. Se llaman CUERPO Y DESEO.

Tal es el secreto del cine y los conciertos:

¡EXPOSICIÓN DE CUERPOS DESEANTES!

Y a más, más, cuerpos ejemplares -masculinos y femeninos. Y deseos irreprimibles y exacerbados.

Ambos reinan desde el principio de los tiempos. Los conciertos y espectáculos actuales – día del Orgullo, Carnavales de Tenerife o Río, etc..- antaño eran Bacanales y comunas epicúreas. Sodoma y Gomorra. Misas negras o Akelarres. Isla de Wight…

Eso es lo que arrastró y arrastra a millones de jóvenes y menos jóvenes a los conciertos de Elvis Presley, Bruce Springstein, Madonna, Jennifer López, Beyoncé, Shakira, Taylor Swift, etc:

¡SUS CUERPOS CUASI DIVINOS. DIOSES Y DIOSAS SEXUADOS!

Idéntico sucede con la contemplación de los cuerpos esplendorosos que ofrece el cine a precio de mercado popular de abastos: Sofía Loren, Ava Gardner, Sydney Sweneey, Tanya Roberts, Brigitte Bardot, Mónica Bellucci, Paul Newman, Brad Pitt, Kevin Costner, Sean Connery, Jude Law, etc, etc..

Son arquetipos de inmortalidad y divinidad a través de la promesa de fertilidad y perfección que transmiten. De ahí que los humanos les reverenciemos y elevemos a los altares de la fama y los privilegios, además de perdonarles los excesos que envidiamos.

Así pues, NADA NUEVO BAJO EL SOL, más allá de la eterna renovación de celebridades que se cumple generación a generación.

La adoración a la nueva vida que es la juventud y su explosión de libertades.

En el fondo, un fantasma que la asistencia a estos rituales del séptimo arte o la música exorcizan mediante la ilusión de deformar o romper el espejo propio y sustituirlo por el de los y las cantantes e intérpretes:

EL RETRATO DE DORIAN GREY.

El modo vano de ahuyentar el fantasma de la imperfección mensajera de la decadencia y la muerte.

Recuerden: ¡SOMOS DIVINOS DE LA MUERTE!