Temí estar delante de una de esas pelis actuales hechas con muchos medios y avanzadas tecnologías, pero carentes de alma. Simples liturgias huecas.
De las pocas veces que no me costó elegir la cinta de la noche. Esto de tener tanto buen material donde escoger en Filmin es casi un problema. Vas guardando y guardando títulos para visionarlos más adelante sin decidirte por ninguno, hasta que caes rendido de sueño. La hora y media de cine reservada entre las once y las doce y media, malgastada buscando el dorado cinematográfico que suele hacerse de rogar.
Al leer que ROYAL GAME era una adaptación de la última novela de Zweig, “La partida de Ajedrez”, uno de mis escritores de culto, me alegré sobremanera y no lo dudé. Pinché el botón de Okey and Play.
Todo cambió a partir de ese minutaje. Como por arte de birlibirloque, parece que las ideas argumentales del mar de fondo sociopolítico que Zweig quiso poner en superficie fueron revelándosele al director como emergidas desde una cubeta fotográfica arcana que contuviera las sales de plata contemporáneas a los sucesos.
Y diría que obligándole a esmerarse en la traslación del lenguaje-papel al lenguaje-celuloide, con la promesa implícita de que hacerlo le permitiría lucirse a poco que lograse encontrar el locus y los tempus narrativos que la obra pide, saliéndose de los clichés visuales trillados de la época: bailes de salón, aristócratas, frivolismos de arribistas pijos, snobs pudientes, agentes nazis tocados de sombrero y chupa de lustroso cuero negro, etc…
De repente, Phillip Stolzl lo consigue. Deja de utilizar coreografías y secuencias manidas para adentrarse con originalidad en lo absolutamente oscuro sufrido por las generaciones de los años 30 y 40, de las que Stepan formó parte.
No les diré más. Únicamente que el genio del novelista, acorralado en la vida real, fue capaz de sobreponerse durante un tiempo, y encontrar las metáforas de ficción perfectas capaces de mostrar el horror que vivieron. Conseguidísimas las analogías de tableros de ajedrez que retrata. Y tremendas las interpretaciones, confirmando la primera impresión del protagonista. Terribles atmósferas.
Una novela y film con el gran mérito de ser creíbles. Un aviso lúcido a navegantes. Las sociedades actuales, cuando degeneran en capitalismos globalistas salvajes disfrazados de democracia formal –sin separación de poderes, partitocracia, intervencionismo, mass media serviles, tribalismo, etc- o en tiranías pseudo-socialistas o comunistas de partido único, quedan en permanente riesgo de terminar en terceras vías dictatoriales, llámense repúblicas populares o islámicas, nacionalismos, fascismos o democracias liberales burguesas.
Eso sucedió con Hitler y Mussolini y Franco, además de con muchos otros a lo largo y ancho del globo. Máxime cuando -como es y fue el caso- son usurpadas por falsos demócratas y reyezuelos, caciques, ayatolás, abogados, sociólogos y periodistas comprados, etc..
El mayor de esos peligros acaece si se renuncia a formar a la ciudadanía y se opta por servirle pan y circo a todas horas. Retransmitir, ahora mismo, los 51 partidos de la Eurocopa en prime time, sustituyendo hasta los telediarios, por ejemplo.
Sin embargo, las paradojas hacen acto de presencia donde menos lo esperes. También en esto, el slogan dadaísta nos abofetea por doquier obligándonos a relativizarlo todo, para regocijo de los oportunistas: “si cada quien dice lo contrario es porque tiene razón”. Ninguna afirmación es definitiva.
¿Y si como sostiene Sloterdijk en su extraordinario opúsculo “Normas para el Parque Humano” -empiezo a creerlo verosímil- la educación y la cultura sirven sobre todo a la finalidad de domesticar y amansar al ser humano? Pensando que es lo correcto, estaríamos haciendo un pan con tortas.
Aún contando con ello, me atrevo a granar preguntas y contestarlas.
¿Cuál fue en mi opinión y en el de otros colegas académicos, la razón de que prosperasen los regímenes del Eje? Una breve y atroz escena lo ejemplifica mediado el film. El agudo escritor lo sentía meridiano. Lean su reveladora obra “El mundo de ayer”. Junto con esta novela, es premonitoria de que eligiera suicidarse tan honorable como lamentablemente. Demasiada clarividencia. Demasiado dolor.
Aunque el simplismo del periodismo amarillo al uso se empeñe en reducir los repetidos holocaustos a “azares funestos y accidentes” y a dirigentes malévolos, los historiadores independientes tienen claro que los sistemas sociales monstruosos imperantes -léase capitalismo y comunismo dedicados a esclavizar a las personas, los unos por ambición y los otros por resentimiento e idealismos inhumanos- engendraron monstruos todavía mayores y peores que, no obstante, al principio, calaron y esperanzaron a los votantes manipulables del orbe entero. Quienes vieron -creyeron y creen- en las propuestas nazis, comunistas, anarquistas, falangistas y fascistas el modo de erigir una nueva sociedad y un nuevo hombre.
La gente común atisbó entonces una salida y se adhirió a esos movimientos que prometían, por un lado, acabar con los privilegios de los ricos, y por otro, oponerse a ateísmos y caos sociales generalizados.
Igual pasaría ahora.
Nuevamente, el sueño de alcanzar la sociedad perfecta. Eso justificó las atrocidades cometidas contra los judíos impuros -y sobre todo pudientes-; contra el libertinaje considerado frívolo o depravado, contra las lecturas y expresiones que lo divulgaban (cine, teatro, novelas, fotografías, pinturas, esculturas, vestidos…), contra los infieles (islamismo).. En el caldo de cultivo de depresiones económicas o crisis religiosas, paro masivo y penalidades de frio, hambre y espiritualidad es cuestión de poco tiempo que surjan mesías “salvadores” y chivos expiatorios.