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Tengo comentado en una reciente reflexión que el tirón del cine y los conciertos es un ritual que satisface inconscientemente la necesidad humana de “adorar” cuanto contenga trazas de perfección, como forma de conjurar lo mortal y acercarse a lo cuasi inmortal o divino.

Completo hoy el pensamiento, añadiendo que, también, el arte cumple esa misma función de naturalizar ritualmente las expresiones de “la animalidad” que nos hemos prohibido y convertido en tabú.

La danza, los espectáculos de cabaret o striptease, los desnudos escultóricos y pictóricos, los chistes, el teatro, las canciones, etc.. son el modo habitual de expresar y hacer aceptable lo socialmente prohibido y recuperar las pulsiones sentimentales y emocionales que sentimos y hemos de negar por vergüenzas propias y ajenas o postureo.

   

Creo que la película “All That Jazz” lo ejemplifica adecuadamente, y por eso la traigo al blog. Números coreográficos marchosos adelantados a su tiempo, narrativa no lineal temporal y demás.

Un film logrado y que sigue vivo después de cumplidos cuarenta años desde el estreno. Hasta el título es moderno. Sorprende esta muestra redonda y atrevida de síntesis suprimiendo significantes formales de sintaxis, pero manteniendo el significado. Bien mirado, podríamos considerar el trabajo del director como un ejercicio de llevar a escena el lenguaje publicitario incorporándolo a los metrajes musicales.

Veo conseguido, además, el intento de la trama de hacer una obra honda recogiendo y trasladando al espectador, sin cansarlo, varias de las cuestiones existenciales más importantes de la vida:

– Humanidad o éxito despótico

– Trabajos sanos, sin excesos de stress o suplementos estimulantes

– El debate de la promiscuidad versus la monogamia

– La creatividad libre frente a la mercantilizada, etc…

Uno de los “peros” de rigor que revela los límites cinematográficos de aquella época, voy a ponérselo a la excesiva sofisticación y puerilidad frívola elegida para representar a la muerte -Jessica Lange-, junto con “la necesidad” hollywoodiense de incluir secuencias familiares que rebajasen la calificación moral de los censores.

Próximamente, analizaré el fenómeno patricular de las beldades efímeras que, a diferencia de otras hermosuras prolongadas mucho más allá de lo usual ( Raquel, Welch,  Robin Wright, Sean Connery, etc…), decaen apenas una década despues de alcanzado el esplendor. Caso de esta actriz de rasgos masculinos, así como el de Julia Ormund, Brendan Frazer, Kathleen Turner, Mickey Rourke, etc. Una transfiguración que sucede en ambos géneros. Frecuentemente “merced” a cirugías fallidas o excesos alimentarios, enfermedad… Cuento con varias hipótesis al respecto.

“El parón energético” que inundó EE. UU. sobre todo con el retorno de los gobiernos conservadores de Reagan y Thatcher, y la cerrazón moral comunista extendida por medio globo, retrotrajeron la libertad de imágenes de culto que habían propiciado Woodstock y los sesenta y setenta libertarios hippies.

Después de 1979, experiencias atrevidas luminosas previas como “Cabaret” (1972) del mismo realizador, Bob Fosse, quedaron sin apenas descendencia, en espera del cambio de ciclo que llegaría ya en los noventa con metrajes como “Instinto Básico” (1992), “Show Girl” (1995), “Chicago” (2002), etc..

Ese horizonte de cuerpos gloriosos al desnudo estaba, pues, lejos todavía, aunque aquí ya se apunta notoriamente. Y con calidad, añadidamente. Los soberbios cuerpos de bailarines y bailarinas -los más perfectos que existen sobre la faz de la tierra, en mi opinión- lo ponen fácil. Excepcional la figura y expresividad sensual de Deborah Geffner. De maillot rosa en la fotografía de abajo. Sólidas interpretaciones en general. En particular del protagonista masculino, Roy Scheider, y de su partenaire, Ann Reinking.    

Agradeciendo a Bob Fosse sus dobles esplendidos trabajos, decirles que el espectáculo continúa, ladies and gentleman…

¡En este blog y en unos pocos países!